dietas para adelgazar La Rosa del Desierto

La Rosa Del Desierto

La Rosa Del Desierto
La Maldición Del Nilo Aguarda
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Novela

Es una novela historia, basada en un hecho real, pero me he tomado la libertad de modificar los lugares a mi manera y conveniencia para poder desarrollar una narración.
Entiendo que no leais mi novela porque los capítulos sean demasiado extensos. Lo comprendo, ya que son capítulos reales. Esta es una novela de verdad, con la que me gustaría llegar a algo, y no una historia. Si no la queréis leer no pasa nada, pero decírmelo. A los que la leeis espero que os guste, porque a mi me encanta escribirla. Gracias por vuestro apoyo.



Somos pluma sobre papel.
Carla Abejón Tamargo Escritora

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domingo, 27 de febrero de 2011

Capítulo 3: Malas noticias para el poblado.

3. Malas noticias para el poblado

La cortina que separaba la agradable vivienda del frío desierto que se encontraba al otro lado se abrió de par en par, dejando escapar un sonoro chirrido procedente de la entrada.  Algo parecía estar rasgando la arena. Una gélida brisa entro en la estancia en la que se encontraban las dos mujeres. La brisa desapareció tras una sombra oculta en la penumbra, la sombra permanecía inmóvil, y podía decirse que estática. Naliah aguzó los ojos para poder ver con claridad.

  -    ¡Buenas noches cariño, ya estoy en casa! – anunció Hamadi.
El alivio de Naliah era apreciable tanto en su rostro como en su cuerpo.
El vello de sus brazos ya no se encontraba electrizado, y sus latidos volvían a parecer completamente regulares.
     -Buenas noches – le respondió Naliah a la vez que le hacía un mohín con la mano para que hablara mas bajo y no despertara a los niños - ¿qué tal en el trabajo?
  - Conforme. Nada nuevo, lo de siempre, ya sabes… las mismas vistas, la misma gente, la misma huerta…- pero su expresión serena cambió al ver a Habibah -  ¿Cómo está usted, señora? ¿Qué la trae por nuestro poblado? – preguntó ásperamente y de mala gana, aunque siempre guardándole respeto.
  - Precisamente de eso venía a hablaros.
Habibah les dirigió una mirada pensativa. No era un secreto en el poblado que ella había estado sin ir a visitarles mucho tiempo, tampoco lo era que no había conocido a dos de sus nietos. Ella ya sabía que Hamadi creía tener motivos para odiarla y le guardaba algo de rencor. Por ello aunque el esposo de su hija se mostraba muy respetuoso y amable ella podía ver la verdad en sus ojos.
Tal vez si les cuento lo de los ataques invasores me comprendan. No será suficiente excusa para respaldar mi ausencia estos cuatro años, pero puede que me comprendan, pensó la anciana.
  - Voy a traer la cena. - Habibah se colocó en pie, y caminó hacia la cocina. Colocó dos cuencos con el pescado y con los trozos de pan sobre la mesita, a continuación sirvió la cerveza y los tres se acomodaron para cenar -. Espero que sea de vuestro agrado – dijo ella justo antes de iniciar sus oraciones.
  - Bueno, Habibah, no pretendo en absoluto ser descortés con usted, pero hay algo a lo que le llevo dando vueltas desde que la he visto. Me gustaría que me respondiera, pero repito, no quiero ser imprudente, y me gustaría tratar este asunto con respeto y como adultos.
  - Habla, joven. Te escucho.
  - ¿Qué hace usted aquí si lleva sin venir a visitarnos cuatro largos años? – preguntó
Hamadi intentando mantener la compostura.
Habibah suspiró, parecía perturbada. Intentó calmarse un poco, y tomó una gran bocanada de aire fresco. Finalmente se decidió a responder, sus palabras sonaban firmes y seguras, pero la expresión de su rostro se revelaba pálida y sombría.
     -  Es una buena pregunta, y te aseguro que te será revelada una información muy valiosa que resolverá todas tus dudas.
Habibah suspiró de nuevo, y su expresión cambió. Esta vez sencillamente se encontraba preocupada, atemorizada, y tanto Naliah como su esposo coincidieron en que tenía miedo de contarles lo que había ocurrido.
   -  Hamadi, Naliah, he de contaros algo muy importante, pero desconozco las consecuencias que pueden darse si os implico en este infortunio. No sé si me explico – hizo una breve pausa –, no sé si puedo garantizar vuestra seguridad – aclaró Habibah.
    - ¿Tan delicada es la trama? – indagó Hamadi.
    - El inconveniente no es lo delicado que sea, el inconveniente es que la trama es mi pueblo, y mi pueblo ha caído ante enemigos… - hizo otra pausa y continuó – Y me preguntaréis que qué tiene que ver esto con vosotros, y yo os responderé algo: mucho, demasiado, no os imagináis el problema que se avecina hacia este poblado – concluyó.
  - Disculpe, no la comprendo, ¿de qué clase de enemigos está hablando usted? – preguntó el hombre.
  - Yo ya soy muy anciana, pero creí entender que eran enemigos de mi pueblo. Era al parecer, un pueblo vecino con el que estábamos enfrentados tiempos atrás.
  - Madre, ¿le ha ocurrido algo a padre?, ¿y como está el resto del poblado?
La anciana rompió en grito y comenzó a hablar entre sollozos:
  - Tu… tu padre se ha ido, para siempre – gimió –.  Esos bastardos se lo han llevado al otro mundo. Él y el resto de los hombres intentaron defenderse de los ataques enemigos, pero perdieron la vida en el intento. Yo… yo no pude hacer nada, hice lo que tu padre me ordenó. Como anciana del poblado se me consideraba la más sabia, y conduje a las mujeres y a los niños a un lugar seguro, pero los hombres... – las lágrimas corrían por sus arrugadas mejillas y desembocaban en su túnica, que poco a poco se iba humedeciendo hasta tal punto en el que parecía que la mujer había atravesado nadando el río Nilo –, aquellos hombres despiadados iban a caballo, y mataron a tu padre y a todos cuantos pudieron sin importar en absoluto si eran jóvenes o ancianos. Solo algunas mujeres, entre las cuales tuve la gran suerte de hallarme yo, y unos pocos niños logramos huir. Aquello fue una auténtica masacre – corroboró ella finalmente.
Hammadi observaba la situación sin pronunciar palabra alguna. Miraba fijamente a la anciana, con un poco de desconfianza quizá, pero no con maldad. Procesaba cada palabra, y la archivaba en su cerebro en pequeños montones de notas mentales. Nunca se había sentido cómodo cuando la mujer se hallaba cerca de él. Siempre la había considerado una vieja loca porque ella afirmaba que tenía poderes sobre naturales, con los que podía comunicarse con los seres de la naturaleza, y con el corazón del desierto; poderes otorgados por los dioses según decía ella. Hammadi jamás había entendido lo que significaban esas palabras, pero tampoco se había molestado en intentar comprenderlas, para él sólo eran desvaríos de una anciana chiflada a la que le quedaba poco tiempo de vida en este mundo.
  - Pero… madre, ¿cuando comenzó todo?, ¿cómo? ¿por qué? No entiendo lo que trata de decirnos – dijo su hija preocupada.
La anciana comenzó a hablar:
  - El corazón del desierto se había puesto en contacto conmigo hace más de quince lunas, comunicando que iba a atacarnos un ejército enemigo. Como jefa del poblado se lo comenté a tu padre para que lo tratara con el consejo de sabios. Tu padre pasó a formar parte de ese consejo junto con otros dos hombres cuando mi hermana falleció – dijo Habibah haciendo una breve pausa para tragar saliva –. Es cierto, no voy a negarlo,  me escucharon, y en repetidas ocasiones habían actuado acorde con mis visiones y premoniciones, pero esta vez no fue así – anunció ella disgustada.
Sherezade se encontraba en la habitación de al lado, y no lograba conciliar el sueño. A pesar de que estaban hablando entre susurros ella no era capaz de dormirse, los sollozos o los llantos no le influían en absoluto, era la curiosidad que sentía a cerca de lo que estaban hablando sus padres y su abuela lo que le preocupaba y le impedía pensar o hacer cualquier otra cosa. La intriga le estaba reconcomiendo por dentro hasta tal punto en que se levantó despacio de la cama para no hacer ruido, caminó sigilosamente como un gato haciendo equilibrio sobre los escombros hasta la puerta que daba con la sala de estar, y se puso a escuchar cuidadosamente la conversación.
Al otro lado de la vieja puerta de madera la tensión inundaba el ambiente.
  - ¿Madre…, cuando comenzaron los ataques?
  - Hace sólo cuatro lunas que nos atacaron. Ya bien entrada la noche, yo yacía despierta en la parte trasera de la tienda observando las estrellas del cielo. Eran hermosas, pero entre esa hermosura tan lejana escuché unas caballerías. Al principio sólo pensé que se trataba de gente del desierto, de mercaderes, o de viajeros, pero tomé el rábano por las hojas, se trataba de un ejército. El ruido, y el alboroto que estaban provocando al acercarse despertó a nuestra tribu. El jefe y el consejo se reunieron en una de las tiendas más grandes, destinadas precisamente para la labor. Teníamos poco tiempo para trazar un plan, unos instantes tal vez… Yo que me encontraba presente recibí instrucciones de desalojar a las mujeres y a los niños pequeños, mientras los hombres luchaban. En otras palabras, tu padre, los ancianos, los jóvenes, y los niños a partir de una cierta edad distrajeron a aquel ejército para que el resto tuviésemos una oportunidad de escapar. Algunas mujeres, particularmente tres ancianas decidieron quedarse en el poblado. Una de ellas comentó que si su corazón desistía de latir se sentiría orgullosa de poder morir por amor, y de ser enterrada por el soplo del viento bajo el polvo de oro del desierto. Esas fueron sus últimas palabras antes de caer tendida en el suelo oscureciendo la fina arena de rojo escarlata. Era una mujer valiente, muy perspicaz, y una gran confidente, que fue atravesada con una lanza indecente a manos de un pueblo enemigo.
Habibah se desplomó, y se llevó las manos a la cabeza para evitar que la vieran llorar. Era una mujer orgullosa, y prepotente, ya entrada en años que había perdido a su hija, a su hermana y a su marido, y a pesar de que estaba tratando de recuperar a los que aún no habían perecido en esta vida no le estaba resultando precisamente fácil. Sobre todo porque su hija no ponía de su parte, y porque el marido de esta la había tachado de loca.
Naliah se acercó a su madre y se aferró a ella fuertemente tratando de calmarla. Intentaba darle su apoyo, demostrarle que podía confiar en ella, explicarle lo mucho que la quería, y abrió la boca para decir algo, pero de su boca no salieron más que palabras ahogadas. Ni siquiera ella misma sabía que significaban aquellas palabras sin pronunciar, no sabía si extasían realmente, o si habían sido producto de su a veces, engañosa imaginación. Sintió  palpitar el corazón de su madre, y sintió como la sangre corría por sus venas fuertemente; golpeando cada esquina, recorriendo cada pasadizo por oculto que estuviera, viajando por todos los rincones y escondrijos de su cuerpo.
Se estremeció sólo de pensar en ello.
   - Hija, no hubiese querido jamás ser yo la que os advirtiera de esto; pero si alguno de ellos nos ha seguido saben mi paradero.
  - Pero señora, ¿cree usted sinceramente que eso puede llegar a ser posible? – Preguntó el hombre con un tono agrio.
  -  Jamás descartes una posibilidad por reducidas que sean sus probabilidades. Jamás Hammadi, repito: Jamás. Jamás digas “de esta agua no beberé”, es una de las leyes del desierto, algo que aprendes a lo largo de la vida.
Para un viajero que se halla perdido en medio del desierto, cualquier agua es válida, pensó Naliah, y recordó una de las historias que su madre le narraba de pequeña por las tardes mientras iban hacia el oasis a recoger agua. Su madre siempre había dicho que eso era una leyenda, y aunque, no recordaba el título con total claridad, se acordaba de algo, el título nombraba una rosa del desierto, o una cosa parecida.
Se rió por este pensamiento tan vivaz que le recordó a los tiempos en los que ella era una niña y jugaba horas y horas, hasta tarde en el desierto con su hermana. Jugaban, todos los días lo hacían, también se peleaban, y eran castigadas por ello, pero se querían más de lo que un faraón codicioso adora su oro.
Jamás… - murmuró burlón. El tono de su voz fue inaudible incluso para él, y llegó un momento en el que dudó si lo había murmurado, o simplemente pensado.
Imaginaciones mías, se convenció a sí mismo.
Habibah meneó la cabeza a ambos lados, tomó una lenta, pero larga y profunda bocanada de aire y finalmente volvió a decir:
   - Cabe la posibilidad de que alguno de aquellos hombres nos siguiera. Quizá intriga, tal vez una orden, extrema vigilancia, pura curiosidad; no lo sé. Solamente sé que no la descarto bajo ningún concepto. Esos hombres son listos.
   - Si resulta ser como dice ¿qué podemos hacer? – inquirió Hammadi desafiante.
  - Si fuese así absolutamente nada. A estas alturas ya sabrían de nuestra posición y conocerían el poblado. Sencillamente esperar.
  - Estupendo… - murmuró Hammadi.
Esta vez fue Naliah la que le lanzó una mirada fulminante a su marido.
  - No perdamos la calma – impuso.
  - Ni la esperanza – convino su madre.
  - ¿Y ahora qué? ¿Debo completar la frase como si fuésemos un grupo de héroes?
Las dos mujeres le miraron con incredulidad.
  - Lo siento pero no. Vosotras os dedicáis a rezar, a rogar, y a recitar composiciones sin sentido mientras que, un ejército podría estar de camino para atacarnos – siguió el hombre –. No lo encuentro razonable. Parece que no os dais cuenta que no solo Habibah puede estar en peligro por haber huido, sino que nosotros también.
Naliah le miró deseando que no dijera lo que ella no quería escuchar.
- Y ese nosotros no somos solo tú y yo querida. También están los niños. Cinco niños que permanecen dormidos en el cuarto. Cinco niños que no tienen ni la más remota idea de nuestra conversación, y que podrían encontrarse levantados en unas horas debido a este problema –. ¿Te lo imaginas?, esta vez no huiríamos cincuenta en diferentes direcciones con la ventaja de poder recurrir al despiste, sino que huiríamos ocho personas a pie, entre ellas una anciana,  un bebé, una niña muy pequeña, y tres niños más. Lo veo difícil – concluyó.
Cuando Hammadi terminó con su discurso la expresión en el rostro de Naliah había cambiado radicalmente.
Sabía que lo justo sería contradecir a Hammadi, que se estaba mostrando demasiado egoísta, pero sabía que su esposo llevaba razón en todo lo que decía, no en como lo decía. Pensó en los niños, y reprimió sus palabras.
Hammadi se sentía victorioso, ganador; por una vez la razón había sido justa con él.

Sherezade que se encontraba al otro lado de la pared pudo percibir el gesto triunfal que su padre había hecho. También se imaginó la mirada asesina de su madre, probablemente sería la misma que la que le regalaba a ella cuando no cumplía con sus obligaciones en el hogar. Se alegró de saber que su madre también hacía ese tipo de regalos a otras personas, y no solo a ella.
¿Acaso puede ser verdad todo lo que la abuela está diciendo?, reflexionó la niña para sí.
Imposible, se dijo. Si alguien viniese a atacarnos ya hubiesen llegado hace rato, la abuela lleva aquí unas horas, no pueden haberse retrasado tanto, ¿o tal vez sí?, siguió pensando, y dándole vueltas a todos aquellos sucesos y posibilidades que retumbaban en su mente.
Finalmente suspiró.
Si padre se entera de que estoy escuchando esta conversación me castigará para siempre. Estaré castigada de por vida – un escalofrío le recorrió la espina dorsal –. No importa, merece la pena, lo hará.
No siempre todo es tan malo como parece, ¿no?, pensó temeraria intentando no pensar en lo que pasaría en realidad. Prefería mentirse levemente a sí misma y no reconocer la realidad del asunto, por dolor.
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Al otro lado, la conversación se ponía cada vez más fría y violenta.
Habibah se levantó sosegada del cojín sobre el que estaba sentada, y pronunció solemnemente:
- Creo que será mejor que me retire.
- No, madre, no se vaya – rogó Naliah.
Hammadi emitió un bufido. Demasiado sonoro y arrogante.
Naliah lo fulminó con la mirada.
La actitud de Hammadi estaba siendo un tanto despreciable, un hombre de bien como él no se comporta así con una dama. El hijo de una de las familias más ricas y poderosas de Arabia no se comportaba así; aunque él hubiese tenido que ocultar su identidad tanto a su esposa como al resto de su familia, no debía haber dicho las palabras que dijo.
Debía haber sido respetuoso, después de todo, él era educado, ¿qué le estaba ocurriendo?, ¿había cambiado su personalidad por poseer menos fortuna?
  - Habibah, lo siento. Espero que algún día por lejano que sea pueda disculparme. Hoy me he comportado como un indeseable, perdóneme – Y diciendo esto se levantó, todavía con el terror de su cambio de personalidad, y actitud en mente.
Estaba asustado de sí mismo. Realmente atemorizado.
Cogió uno de los bollos, y salió voluntariamente de la casa, con el rostro desencajado y sin despedirse.
Naliah y Habibah observaron la escena realmente desconcertadas.
  - Hija, todo ha ocurrido por mí culpa. No he hecho más que atraer los malos espíritus a esa casa. Creo que debería irme.
  - No madre. Has hecho lo correcto, venías a advertirnos del peligro. Gracias – Intentó tranquilizarla su hija tomándola de la mano, y acariciándosela – Si le preocupa Hammadi puedo decirle que probablemente habrá tenido un mal día en el trabajo, y ya sabes que es muy impulsivo. Además quizá le chocó un poco verla aquí después de cuatro años. Perdónale, él no es así – concluyó Naliah.
Sus manos arrugadas eran muy suaves.
  - No hay absolutamente nada que perdonar. Lo comprendo – respondió la anciana afablemente.
  - Será mejor que nos acostemos – comentó Naliah.
  - Mañana será un día duro – añadió Habibah.
Naliah extendió un par de esteras sobre el suelo, y colocó sobre ellas dos mantas finas de seda.
Habibah sonrió al ver de nuevo aquellas mantas que habían pertenecido a su familia durante generaciones, y dijo:
  - Las mantas que os regalé cuando se concertó vuestro matrimonio, ¿verdad?
  - En efecto – contestó Naliah con su perfecta sonrisa y un brillo peculiar en los ojos.
Se acostaron, y se durmieron enseguida.
Sherezade aún estaba muy quieta junto a la puerta, como un gato acurrucado junto al fuego, en una fría noche de invierno.
Se desplazó sigilosamente hasta una de las pequeñas ventanas que había en el dormitorio. No se encontraban ni muy altas ni muy bajas, pero tampoco se podía decir que la estatura de la niña de nueve años fuese muy elevada. Arrastró un baúl y lo colocó justo debajo de la ventana. Se subió a él y se asomó por ese pequeño hueco abierto en la pared. La gélida brisa de la noche le removió el espeso y oscurecido cabello, echándoselo hacia atrás, y despejándole el rostro por completo. La refulgente luna seguía  encendida, brillante e imponente, derramando destellos plateados para todo aquel que quisiera observarlos, bajo la perlada noche. Su oscura piel se veía muy bella a la luz de la luna, esta se la iluminaba realzando sus rasgos, y hermosas facciones.
Apoyó la cabeza sobre una mano, como si tratara de sostenerla y no dejarla caer, y levantó el mentón levemente hacia el cielo.
   - Puede que esto sea una señal – susurró en voz baja.
La luna se reflejaba en sus ojos negros azulados, y el cristal centelleaba en una serena marina de olas de plata y azul.

Premio Kawaii

Bueno... la verdad es que no sé muy bien como empezar, porque sólo había recibido un premio bloggero en mi vida; y fue otorgado por celeste (http://celestecomotumirada.blogspot.com/) (he puesto su blog para agradecerle lo que hizo por mí), pero fue con la historia que dejé atrás hace unos meses para empezar con "La Rosa del Desierto". Y por ello no otorgué el premio a nadie. Pediros disculpas lo primero, ¡por supuesto!
No me voy a exceder mucho, porque este es un premio nuevo, y como si fuese el primero porque es el primero que redacto jajaja! (:
Quiero agradecerle a Laura (http://escritoralauralozano.blogspot.com/), que es quién me ha otorgado este premio, que me haya tenido en cuenta de esta manera, y para algo tan importante; la verdad es que nunca pensé que alguien me diese un premio por "La Rosa Del Desierto".
Me acuerdo de cuando encontré la novela de Laura, comencé a leela, y desde entonces la leo siempre que puedo. Hace relativamente poquito que empezamos a hablar por tuenti, y es una persona encantadora, y muy empática. Desde el principio se interesó por mi novela comentando en los capítulos y dándome consejos sobre la misma. Le agradezco mucho todos sus consejos y recomendaciones para mejorar.

¡Esta semana estoy muy contenta! En pocos días me he creado un blog (http://amoresdeotrosmundos.blogspot.com/) nuevo con una nueva novela con temática paranormal, y por si fuera poco, sólo he colgado la sinopsis y el primer capítulo, y ya tengo 7 seguidores, y un montón de enriquecedores comentarios en el primer capítulo :D

Gracias por vuestro apoyo, lectores, de verdad, me alegra saber que escribir en Internet merece la pena.


Venga, va, ahora a cumplir esas cositas llamadas REGLAS:
1- Bueno, con la introducción he cumplido la primera REGLA de este premio, que ha sido hablar un poco sobre la autora que me lo concedió. Darle las gracias de nuevo, por todo, siempre se acuerda de mí, y e me lo ha demostrado de esta forma tan particular y graciosa.

2- Contestar: ¿Por qué me gusta lo guay y cute?
Lo guay son las cosas bonitas de la vida, por otro lado, lo cute son las cosas dulces y maravillosas. Todas ellas nos sacan una sonrisa, a mí, por ejemplo recibir este premio con esta imagen tan bonita me ha hecho sonreír enormemente.

3- Contestar: ¿Por qué he creado mi blog?
Pues supongo que para lo que lo crea todo el mundo, para poder expresarse, y poder contarle una historia a los demás, a veces, alguien lejano que está en la otra punta de tu país, o incluso en otros. Siempre es agradable que alguien te lea, y te lo demuestre con sus comentarios, sus aportaciones y recomendaciones. Crearlo ha sido muy satisfactorio para mí, cuento con 65 seguidores, ¡algo que jamás imaginé!, ¡y con comentarios en las entradas! Muchas gracias.

Y por fin el momento que todos esperabais
(redoble de tambores)
Sí, ahora voy a entregarlo a otros blogs. Tal cual ponen las reglas, y me dijo Laura.
Por desgracia sólo puedo entregárselo a tres blogs :( ... Ahí los tenéis:

1):Quiero entregárselo a Alba (alescritora, en el tuenti) (http://segundaoportunidaddevivir.blogspot.com/) por su novela, que la verdad es que me encanta, es muy interesante, y la verdad me recuerda mucho a la que escribo yo en mi otro blog. También por su apoyo en mi otro blog, y sus comentarios siempre tan dulces. Muchas gracias Alba, y mejórate ;)

2): Quiero entregárselo a Bea (Historias que enganchan, en el tuenti) (http://mundo-no-perfecto.blogspot.com/) por su nuevo blog, es increíble la capacidad que tiene esta chica para llevar seis blogs a la vez, publicar en todos, y comentar en otros. A mí por ejemplo me suele comentar ¡y eso con lo ocupada que esta! jajaja! Luego dice que le saco los colores, pero es mentira. Bueno, su blog contiene relatos que la verdad, me gustan mucho, son variados: interesantes, entretenidos, y con diferentes temáticas. Gracias Bea, aprovecho también para darte las gracias desde aquí.

3): Por último pero no menos importante, quiero darle el premio a Erika (eeRii) (http://historiadeannie.blogspot.com/), por su blog, lo cierto es que su historia me resulta innovadora, la temática, el argumento, me gustan mucho, y espero que siga dándome su apoyo en mi nuevo blog :)

Bueno gente, me alegro de que os hayáis llevado el premio, pero ahora me tengo que ir, y yo espero que vosotros lo entreguéis a más blogs y no rompáis esta cadena de solidaridad :)

Aquí os dejo mis blogs:
http://vermouth-lashistoriiasdenatsue.blogspot.com/ ... ESTE BLOG EN EL QUE ESTÁS
http://amoresdeotrosmundos.blogspot.com/     EL NUEVO BLOG.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Capítulo 2: La llamada de Socorro.


2  La llamada de socorro

Hamadi llegó temprano a casa. Llegó a media tarde, y vio a Khalid recostado sobre la pared de la casa.
-         ¿Cuánto tiempo llevas aquí afuera? – preguntó mientras le revolvía los oscuros cabellos y haciéndole gestos que expresaban un cariño bastante obvio.
-         No demasiado padre, tan solo un par de horas.
-         ¿Ya comisteis verdad? Bueno, me imagino que sí. ¿Está tu madre dentro, o salió?
-         Madre se encuentra dentro, dijo que iba a acostar a Nanuet y Rahotep. Al mercado fuimos por la mañana así que dudo que también vaya por la tarde. Compramos algunas cosas que necesitábamos y volvimos rápido.
-         ¿Zahur también está en casa?
-         Sí - contestó Khalid secamente.
Su padre detectó esa pizca de amargura tan típica de su hijo, en el tono de voz del pequeño niño de túnica desgastada y ojos serenos. Enseguida se preocupó y pensó detenidamente como formularle la pregunta que tantos años había estado deseando preguntarle. Nunca había encontrado la manera de tratar aquel tema sin herir los sentimientos de Khalid, y en ese momento no había encontrado una solución. Pero era el momento, le gustase o no. Debía hacerlo.
-          Khalid, ¿tienes envidia de tu hermano mayor? – fue una pregunta directa que se clavó como una flecha de plata disparada desde 200 metros de distancia que cortaba el aire al vuelo y daba de lleno en el corazón de Khalid.
El muchacho desvió la mirada para que sus ojos cobrizos no se encontraran con los ojos jades de su padre. Mostró indiferencia hacia la pregunta, simulando que no la había escuchado.
-          Está bien hijo, ayúdame con esto – dijo su padre indicándole la carretilla con el dedo índice.
 Khalid se levantó ágilmente y observó detenidamente lo que se encontraba en el fondo de la carreta. No estaba llena hasta arriba, y ningún alimento sobresalía del artilugio de madera, pero era suficiente. Lo justo para alimentar a seis personas durante cuatro o cinco días. Examinó cada pieza con extremo cuidado, no quería estropear ningún alimento. Dos aves, por el olor detectó que no debían llevar muertas más de una hora, o incluso menos. Tal vez, su padre las había visto merodeando a las orillas del río, y las había cazado usando alguno de sus supuestos trucos secretos. Siguió identificando los alimentos, un saco repleto se sal y otro más grande pero de harina, un par de puerros, tres cebollas alargadas de color verdoso, una lechuga, dos tomates, cuatro deliciosas chufas, una sandía, unas cuantas yoyobas pequeñas, y un queso de aroma intenso.
Cuando su padre no miraba Khalid cogió una yoyoba, la más pequeña y la guardó en la túnica.

Empujó la carretilla hacia el interior de la casa, y allí empezó a descargar el material.
Naliah acudió al vestíbulo a recibirles, y le indicó a Khalid que llevara las cosas a la cocina, que después ella se encargaría de organizarlo y prepararlo todo para el consumo; todo esto sin pronunciar palabra alguna. Bastaron un par de señas y una mirada para que el niño comprendiera lo que su madre quería decir, se mostrase obediente y entrara en la cocina.

Naliah besó a su marido.

-          He de irme, querida – dijo su marido.
-          ¿Vas a regresar al trabajo? ¿Ahora? Pero si acabas de llegar. Podrías quedarte un rato y hacerme compañía.
-          Lo siento querida. He de volver al trabajo, sólo he venido a traer esto, pues si vengo a la noche con todo cargaría demasiado peso. Prefiero realizar dos viajes. De este modo te veo – dijo y sonrió – Te quiero, no lo olvides, volveré tarde, no me esperes despierta – y la besó de nuevo.


 La tarde parecía presentarse tranquila de momento, y Khalid salió a la calle para poder descansar, reposar la comida, y dejarse llevar por sus pensamientos. El Sol resplandecía sobre el intenso cielo azul celeste, y le producía una sensación más agradable que la que le había producido hacía dos horas.
Vio a su padre volver a salir de casa, pero no le dirigió la palabra. Seguía dándole vueltas a la conversación de hacía unos minutos, y su orgullo le impedía decir un simple adiós.
Su padre se alejó por un estrecho camino que conducía hasta el río. Cuando el cuerpo de su padre no era más que una silueta borrosa a lo lejos Khalid se dignó a mirarlo.
 Yo también debería irme, pensó.
Y  él se levantó, y se alejó también, pero por el camino opuesto.

Khalid caminó hacia el lugar al que él mismo designaba como “su escondite”. Cuando necesitaba tranquilidad, siempre acudía allí a pensar y a reflexionar sobre el tema que le inquietaba. Era un lugar que muchos conocían, pero que pocos sabían apreciar. Cuando se encontraba allí siempre solía resolver todas sus dudas y siempre encontraba la solución a un problema. No se encontraba ni cerca, ni lejos, simplemente había que saber buscarlo con el corazón. Y Khalid sabía como hacerlo. En aquel lugar las vistas eran hermosas. En el poblado sólo encontraba a otros hombres que eran iguales a su padre: hombres con largas túnicas sucias, en las que ya no se podían distinguir los colores, zapatos de madera con las puntas rotas o vueltas hacia arriba, turbantes en las cabezas y el rostro barbudo que miraban a los muchachos con indiferencia y con superioridad, o que por el contrario, hablaban entre sí muy despacio sobre cosas que a sus ojos resultaban aburridas.
Siguió su camino hacia las afueras de la aldea, dónde sólo había desierto. A medida que avanzaba, se iba entreteniendo  golpeando torpemente algunas piedras que encontraba a su paso. Tropezó con algunas de ellas, resbaló con muchas otras, y cayó al suelo por culpa de una en especial. Una piedra del tamaño de una perla común, con un color blanquecino, y un bonito resplandor que le llamó la atención. La caída le resultó algo dolorosa, pero recordó las severas palabras de su padre: “Un hombre que se precie nunca llora, sino, no es un hombre”. Miró la piedra, y pensó que era prácticamente imposible tropezar con algo tan pequeño e insignificante. Cogió la extraña piedrecita completamente redonda y se la guardó en un bolsillo de la túnica. Se encontraban dispersas por todas partes, y a Khalid le gustaba golpearlas, y escuchar el sonido que producían al colisionar unas con otras, pero aún más el roce áspero contra la arena; aunque de todos modos, no encontró otra piedra similar a la que había recogido.

El muchacho quería llegar cuanto antes al lugar, ansiaba volver a ver como la puesta de sol  teñía de rojo pasión las infinitas dunas del desierto. A sus ojos aquello resultaba espectacular, descubrió aquel lugar hacía a penas unas semanas, y desde entonces acudía allí a menudo. Las puestas de sol le emocionaban más que cualquier otra cosa en el mundo. Era algo que no se podía describir con palabras, solo podía expresarse con hechos.
Muchos no sabrían apreciar el arte de contemplar durante horas una puesta de Sol, pensó Khalid.
En mi familia sin ir más lejos, dudo que alguno haya contemplado una puesta de Sol alguna vez, dijo en voz alta, ya que sabía que dijera lo que dijera nadie iba a escucharlo allí.
Llegó a un alto tras casi una hora de caminata. Desde allí ya podía ver la roca y el pequeño oasis. Ahora lo más complicado será descender, murmuró.
La arena del desierto estaba muy caliente, y le quemaba los pies desnudos. Decidió descender sentado, y tras múltiples esfuerzos lo logró. Corrió hacia la roca, que ya estaba muy cerca, más de lo que él imaginaba. Lo que más extraño le resultó fue que ese día no había huellas en la arena.
Parece que los comerciantes no pasan por esta zona. Quizá nadie pase por aquí nunca y yo sea el único, pensó.

Alrededor del diminuto oasis se encontraba una excelente vegetación, y Khalid decidió recoger algunas plantas y flores para entregárselas a su madre. Pensó que si le llevaba algo a cambio no se enfadaría tanto al verlo llegar tarde. El agua del oasis era cristalina, y brillaba, se podía ver completamente el fondo, era muy poco profundo. Algunas piedrecitas y peces así como plantas acuáticas se escondían en el fondo. Khalid se sintió tentado, y finalmente tomó un poco de agua, pues su paseo a través del desierto le había producido bastante sed.
Bebió hasta saciarse, y se secó la cara con la manga de su túnica.

El Sol comenzaba a ocultarse, y él subió a la roca para poder contemplar mejor la puesta de Sol. Era preciosa, las dunas se teñían de naranja, se tornaban en rosa, y finalmente el desierto se convirtió en un auténtico mar de sangre. Khalid se sintió emocionado por este reciente espectáculo, y las lágrimas corrieron por sus mejillas. No pudo evitarlo, aquello le resultaba conmovedor. Khalid vio a lo lejos, al norte, algo que parecían ser las montañas, siempre había querido viajar hacia el norte, porque nadie de su poblado había ido jamás en aquella dirección, y a él tampoco le permitían hacerlo. Le atraía en gran medida aquello, como un imán atrae objetos metálicos. Siempre que veía un mercader que llegaba a su aldea desde el norte sentía fuertes impulsos de aturdirlo a preguntas; pero su madre se lo tenía prohibido. Su madre prohibía demasiadas cosas sin explicación alguna. Khalid quería ser mercader por muchas razones: deseaba que el sol lo bañara con sus rayos, tiñéndolo junto con la arena, y haciendo que pasara a formar parte de ese mar ensangrentado; pero principalmente por una única razón: quería viajar a otras tierras, salir de Egipto, abandonar su aldea, y conocer el secreto que se hallaba tras esas lejanas montañas del norte… El secreto escondido que todos osaban ocultarle.
Sería increíble poder viajar por el mundo. Por tierra y por mar, pensó.
Revolvió el bolsillo de su túnica, el mismo en el que había guardado la yoyoba y la extraña piedra, y cogió la primera. Tenía algo de hambre, y comenzó a mordisquear la pequeña fruta. Era bastante dulce y jugosa, y su sabor era delicioso. Acabó de comerla al poco tiempo, y se relamió los dedos y los labios.
Su padre le había contado que en el lugar dónde él trabajaba a menudo desembarcaban pequeños barcos de comerciantes que venían de tierras lejanas. Algunos habían cruzado océanos enteros, otros habían cruzado un mar, o varios, y muchos venían de diferentes partes del Imperio.
Puede que algún día yo también consiga hacer lo que esas personas hacen y tener mi propio barco, se dijo a sí mismo.
Rápidamente sus pensamientos se desvanecieron al escuchar un trote propio de un caballo a lo lejos. Bajó de la roca rápidamente, y ya podía ver el caballo con nitidez, y también a la persona que iba en ese caballo.
¡Por los dioses! No puede ser cierto, se dijo en voz alta.
La mujer, ya entrada en años redujo la marcha a medida que se iba acercando hacia el muchacho. El velo que llevaba era anaranjado, y se confundía vagamente con el atardecer, al mezclarse con los últimos rayos de Sol del día. Al parecer, ella también había reconocido al muchacho, o al menos no pretendía hacerle daño alguno.
Según se iba acercando, Khalid lo veía más claro: Era realmente su abuela, a la que llevaba sin ver más de cuatro años, pero ese rostro cansado y afable era imposible de olvidar, ni siquiera una ilusión del desierto lo hubiese podido hacer dudar.
La anciana bajó de su caballo, y se acercó al muchacho lentamente, con paso decidido. Las ropas se mecían con el viento, y la parte delantera del traje comenzó a ondear débilmente. Khalid también se acercó, pero corriendo, hacía años que no tocaba a su abuela, que no la veía, que no le hablaba, hacía cuatro años que no sabía nada de ella, y la emoción corría por sus venas.
-          ¡Abuelita, abuelita! -, ¡Oh, por los dioses! – gritó Khalid mientras corría en su busca.
-          ¿Khalid? – respondió ella con un tono inseguro en la voz.
-          Sí – dijo el muchacho mientras la abrazaba y la atraía hacia si – Soy yo abuelita. ¿Qué hacéis aquí?, ¿no se supone que deberíais estar con vuestro pueblo en el oasis?, o a caso… ¿habéis venido de visita, abuelita? – preguntó Khalid esperando claramente un sí por respuesta.
-          Algo así pequeño, algo así. – repitió la abuela sin saber que tarde o temprano su destino dependería del niño de ropas desgastadas y roídas.
Khalid rió felizmente por la noticia. Le agradaba volver a ver a su abuela materna de nuevo, aunque fuese allí, en mitad del desierto.
-          Khalid, la noche está a punto de caer, y es hora de regresar a la aldea ¿quieres que te lleve en mi caballo? – propuso la abuela -. Iremos juntos, y llegaremos primero. Estoy segura que si regresas tarde tu madre se preocupará – concluyó finalmente la abuela.
-          Está bien abuela. ¿sabes qué? – preguntó al ritmo que subía al caballo.
-          Dime – dijo la anciana con un aire sereno.
-          Me alegro de que estés aquí hoy. Te quiero mucho, y me alegro de volver a verte – dijo el niño.
La anciana derramó una lágrima que ni siquiera ella misma notó. Clavó los talones en los flancos de su caballo, que salió al galope, hacia el poblado. Su pelo grisáceo ondeaba al viento mientras cabalgaban. Le gustaba la manera en la que la brisa le golpeaba la cara, el frescor estaba presente en el ambiente, y ya no había que soportar el calor del mediodía.
Cabalgaron unos veinte minutos y ya se podía ver la aldea. A medida que avanzaban iban tratando temas triviales.
-          Mira abuela, ¡hemos llegado! ¿Qué bien, eh? – dijo el muchacho.
Si tú supieras Khalid, si tú supieras…, pensó la abuela.

Cruzaron los muros que separaban la aldea del exterior y llegaron a la casa. La anciana bajó de su caballo, y luego, ayudó a bajar a Khalid también. El caballo relinchó. La abuela le acarició bajo el mentón para calmarlo. Era un caballo feroz, y desconfiado Y se había asustado al no conocer el lugar.
 Khalid entró en la casa gritando:
   -   ¡Está aquí la abuela!, ¡la abuela ha venido de visita!, ¡ha llegado la abuela!
En el interior de la cocina se escuchó como una vasija se rompía y Naliah dejó escapar un grito ahogado. Naliah se sintió impotente por un momento, pero enseguida supo qué hacer. La madre de los cinco niños salió corriendo hacia la sala de estar, y les dijo a sus hijos que pasaran al dormitorio. Nanuet y Rahotep ya se habían despertado, y estaban en el dormitorio, Zahur tomó de la mano a Sherezade y a Khalid y los dirijo hacia el dormitorio. Sherezade se soltó de la mano de su hermano bruscamente, y le dirigió una mirada amenazadora.
-          No vuelvas a agarrarme la mano de esa manera – dijo y entró al dormitorio.
Zahur refunfuñó por el comportamiento que su hermana pequeña había tenido hacia él. Arrastró a su hermano pequeño hasta el dormitorio a pesar de que este se negaba y mostraba resistencia.
Una vez dentro cerraron la puerta.
Naliah se sintió aliviada al saber que sus hijos se encontraban en el dormitorio. Pensó rápidamente en qué hacer, que decir, como actuar… Caminó hasta el vestíbulo y saludó a su madre:
-          Madre, ¿qué está haciendo aquí? – preguntó Naliah sorprendida.
Intentó ocultar el desprecio que sentía en aquellos momentos hacia su madre, pero no lo consiguió del todo.
-          Veo que no te alegras mucho de verme, ¿no? – contestó su madre irónicamente.
-          ¿Y qué esperaba? Llevas sin aparecer cuatro años, y sin embargo apareces hoy, ahora, en mí casa, y sola – dijo Naliah con un tono despectivo -. Bueno, sola no, con mi hijo. No sé qué pensar madre. Vuelve con mi hijo ya bien entrada la noche, y a juzgar por vuestras ropas venís del desierto.
-          Si lo que deseas es que regrese por donde he venido así lo haré – respondió la anciana sin muchas esperanzas.
-          No la estoy echando de mis aposentos, madre, pero estoy molesta por su falta en estos últimos cuatro años, y por su repentina aparición – contestó Naliah.
-          Y yo no te culpo, hija mía. ¿Me permites pasar? Lo hablaremos tranquilamente si así lo deseas – propuso la anciana.
-          Podéis, pasad.
La anciana entró en el vestíbulo, y pasó hasta la sala de estar. Su hija le dijo que hablarían de noche, que ahora mismo iban a cenar los niños.
Habibah, que así se llamaba la anciana asintió.
Los niños, tres de ellos: Zahur, Khalid, y Sherezade entraron en la sala de estar y se sentaron al lado de su abuela. Los tres querían hablar con ella y disfrutar de su compañía.
-          ¡Por los dioses! ¡Zahur cuanto has crecido! ¿ya tienes trece años, no? Seguramente pronto te casarás y tendrás hijos, y… serás muy feliz –  le dijo la abuela mientras le revolvía el cabello.
-          Si, abuela, la última vez que te vi tenía nueve años, pero aún recuerdo esa sonrisa – respondió Zahur.
La sonrisa de la abuela se ensanchó aún más al escuchar aquellas palabras, en sus oídos sonaban melódicas y hermosas.
-          ¿Y a quién tenemos ahí? La pequeña Sherezade…, probablemente tú no te acordarás de mí porque eras muy pequeña, pero yo si te recuerdo, y has crecido mucho también. Estás preciosa, pareces una auténtica princesa – dijo Habibah mientras le acariciaba la mejilla a su nieta.
-          Créeme abuela, te recuerdo perfectamente – contestó la niña, y le dio un beso en la mejilla izquierda a su abuela.
La cara de su abuela se iluminó al escuchar esas bellas palabras.
-          Bueno…, Khalid si que está crecido, cuando hoy lo vi casi no lo reconocía… - dijo la anciana – estáis todos guapísimos pero…
-          Madre – interrumpió Naliah – no conoce a todos tus nietos, ¿no recuerdas que la última vez que nos visitaste estaba embarazada? – preguntó Naliah.
-          Es cierto hija mía. ¿quién es?,  ¿está aquí? – inquirió la abuela.
Naliah se dirigió hacia el dormitorio, y segundos después apareció con un bebé en brazos y una niña pequeña asomando la cabeza entre sus piernas.
Habibah comprendió inmediatamente el enfado de su hija: no había estado presente en el nacimiento de dos de sus nietos. Y de eso hacía ya cuatro largos años. Cuatro años alejada de la aldea, en el desierto. Cuatro años que para ella pasaron rápido, pero al parecer para su hija pequeña y para sus nietos no. En cuatro años aquella casa había cambiado radicalmente. Ahora había más muebles, más comida, más bienes, pero sobretodo más niños, y la traducción de aquello era más amor y felicidad en la familia.
Se puso en pie y se arrodilló delante de la niña.
-          ¿Cómo te llamas, pequeña? – preguntó Habibah
-          N…Nanuet – respondió la niña tímidamente.
-          ¿Sabes quién soy? – insistió Habibah
-          No, la verdad es que no – dijo Nanuet mientras ladeaba la cabeza y alborotaba aún más sus oscuros cabellos.
-          Eso era lo que yo me imaginaba, pequeña – contestó la abuela sonriendo –. Soy tu abuela, y espero que puedas perdonarme por no haber venido a ver a una niñita tan bonita como tú en cuatro años – dijo la anciana que finalmente le dio un beso a la niña en la cabeza.
-          Vale, abuelita. ¡Te perdono! – dijo Nanuet mientras corría y saltaba por toda la sala de estar.
Sus cabellos de color azabache estaban ahora revueltos por toda su cabeza, el flequillo le redondeaba aún más el oscuro rostro. Era muy dulce.
Tropezó con uno de los caballitos de madera de su hermano, pero se levantó y siguió haciendo lo mismo con más energía todavía.
Que bonita es la infancia, cuando eres niño todo es nuevo, pensó la abuela al ver la gran sonrisa de Nanuet.
-          Este bebé es Rahotep madre, y nació hace a penas cinco meses. Es un niño muy tranquilo, y no suele llorar. Lo cierto es que hemos tenido suerte.
-          La verdad es que tienes razón.

Niños, esperad aquí, la abuela y yo vamos a preparar la cena. Naliah entró en la cocina, después que su madre, y cerró la puerta.
-          ¿Ya sabes lo que vas a preparar para la cena? – preguntó Habibah.
-          En absoluto, madre, no quiero que vuelvan a tomar carne de ave. Pan sí, porque        les encanta, y porque es esencial, pero desearía tener más dinero para poder variar un poco en las comidas.
-          No te preocupes, espera aquí. Tengo algo que puede ayudarte – dijo ella, y antes de que su hija pudiese reaccionar salió de la casa y recogió una cesta que había colgada a un lado del caballo. Luego volvió a la cocina.
-          Ten. Espero que os guste.
Naliah miró con fingida desconfianza lo que se hallaba en el fondo de la bolsa, y recogió de ella el pescado que contenía. Eran cuatro piezas grandes de pescado.
-          Gracias madre, esto servirá para cambiar la dieta, espero que a los niños y a Hamadi les guste – dijo a la vez que colocaba el pescado en la palangana para quitarle la mugre con abundante agua.

Habibah comenzó a avivar el fuego para dorar el pescado. Cuando ya fue suficiente, colocó  tres piezas sobre el fuego hasta que ya estuvieron lo suficientemente hechas.
Antes de servirlos en la mesa, desmenuzó las piezas, y repartió un poco en cada cuenco, al que también añadió un pequeño pedazo de pan de dátiles. Cuando lo sirvió en la mesa y los niños vieron que había pescado lo agradecieron mucho, y aquello conmovió a Naliah.
Los niños acabaron de cenar, y lo extraño fue que no pidiesen postre. Zahur comentó que debía acostarse pronto para ir a trabajar mañana temprano. Khalid también estaba cansado así que, dijo que se acostaría temprano. La tarde en el desierto había podido con él. Nanuet y Rahotep se habían quedado dormidos en la sala de estar, y Naliah los acostó. Sherezade no tenía sueño, y mucho menos estaba cansada, y esto retardó la importante conversación entre su madre y su abuela. Ella lo sabía, y pretendía que hablasen estando ella presente, pero su abuela no iba a permitirlo.
-          Sherezade, sabes que a tu padre no le gusta que trasnoches tanto. Es hora de que te acuestes, de otro modo serás castigada – advirtió su madre.
-          ¿Pero por qué? ¡No lo entiendo! Si quien estuviese aquí fuese Zahur o Khalid hablaríais con tranquilidad. ¿Estoy siendo muy inoportuna, o a caso existe otro motivo? ¿Al ser mujer no puedo saberlo, soy inferior? – Inquirió realmente enfadada.
-          Eres pequeña Sherzade. Simplemente eso. Acuéstate
-          Está bien madre – murmuró la niña de mala gana.
Se levantó del suelo, y se despidió dándole un beso en la mejilla a cada uno de los presentes.
Sherezade entró en la habitación que se encontraba completamente sumida en la oscuridad y se acostó.
-          Madre, hablaremos en cuanto Hamadi llegue a casa, de momento puede hacer que el caballo pase y se quede en el patio interior.
Como si fuese una autómata, la anciana obedeció. Salió, dirigió al caballo hasta el patio interior, lo ató allí, y volvió a aparecer en la sala de estar con dos bolsas y una cesta.
-          ¿Qué es eso, madre? – preguntó Naliah intrigada.
-          En esta pequeña bolsa se encuentran mis pertenencias, en esta otra bolsa de terciopelo rojo algunos regalos para los niños, y en esta cesta hay algunos alimentos exóticos procedentes de occidente que le he comprado a un mercader por el camino –  respondió ella sin el más mínimo cambio de actitud.
Se hizo el silencio durante mucho tiempo. Naliah parecía agobiada por no poder hablar con nadie, por no poder mantener una conversación, su rostro mostraba un agobio repentino. Sin embargo Habibah se mostraba tranquila, con el rostro sereno, y con una aparente felicidad, su expresión decía todo lo contrario: tenía miedo de hablar. Sentía temor hacia lo que había ocurrido… Pero el silencio se rompió y su peor pesadilla acababa de comenzar. 

sábado, 25 de diciembre de 2010

Capítulo 1: Cambios


1  Cambios



Sol, luz, brillo y claridad, estas tres palabras ya se filtraban a través de las distantes dunas, y avanzaban a través de la nada hasta penetrar a través de los pequeños huecos de la cabaña; no se podría decir que fuesen ventanas, pues lo único que aislaba la morada del bravo desierto eran unas antiquísimas telas que, en un principio habían tenido un color blanco marfil muy bello y lúcido, pero que con el paso de los años habían ido envejeciendo al compás del tiempo adquiriendo un color pajizo claro acercándose casi a la gama de los pardos. La familia se adaptaba a su ritmo de vida, y tampoco tenían queja de ellas, después de todo, aquella cabaña era cuanto tenían, y cuanto tendrían si su suerte no cambiaba. La cabaña estaba situada en una pequeña aldea a las orillas del Nilo, lejos de las ciudades importantes del Imperio. Su aldea era un insignificante punto con acceso al río mágico y sagrado que no estaba en boca de la realeza, estaban en una zona perdida del desierto, sin ningún tipo de comunicación con el resto de los núcleos urbanos primordiales del reino. Ni siquiera en la última batalla interna del Imperio se habían molestado en organizar un pequeño ejército, ya que sabían de antemano dos cosas esenciales; la primera era que nadie iba a precisar su ayuda, ó a pedírsela de ningún modo, y la segunda y más decisiva para no tomar la iniciativa de participar en la batalla era que, nadie iba a atacarles, porque puede que no supiesen de su existencia. La situación de la cabaña era excelente, y los padres de familia podían ir a trabajar en las fértiles tierras situadas a la orilla del río sagrado. Todos los hombres de esa aldea se dedicaban a labrar las tierras y a recoger las cosechas para poder sobrevivir. Todos ellos campesinos, eran la mayoría de la población del país, y también los más desfavorecidos.

La cabaña era más bien pequeña, construida con adobe y blanqueada, de tal manera que, pudiesen convivir allí personas con animales. Las paredes se veían algo desgastadas a causa de la arena del desierto, y los espacios correspondientes a las ventanas eran completamente irregulares y diminutos.

Naliah se levantó temprano como hacía cada mañana al escuchar al pregonero de la aldea, y preparó lo que difícilmente podría llamarse desayuno. Se desperezó y se aseó escasamente con un poco de agua recogida en una palangana. Ya preparada se dispuso a sacar los panes rellenos de higos, y los panes rellenos de dátiles y frutas para el desayuno. Se dirigió sigilosamente hacia la estancia en la que se encontraba el dormitorio, y despertó a su esposo y a sus hijos. El marido fue el primero en incorporarse a comer, pues tenía que ir a trabajar para poder mantener a su familia. Los niños se acomodaron en sus cojines para desayunar. Naliah fue colocando sobre la mesa los alimentos, aunque, básicamente esta comida estaba compuesta por un poco de leche para los niños y cerveza para el marido y la mujer, acompañada de algunos tipos de panes sencillos y elaborados por la esposa.

Hamadi, un hombre joven de unos 27 años con el pelo de un color chocolate oscuro se despidió de su familia y de sus hijos y se dirigió a su puesto de trabajo. No estaba lejos, pero debía cruzar la aldea entera. La brisa le azotaba la espesa y ondulada barba que le adornaba el cuerpo hasta la altura del pecho. Esa mañana no se cruzó con nadie, lo cual le pareció realmente extraño, pues siempre había mendigos deambulando por las calles, mercaderes llegados de tierras lejanas, artesanos vendiendo sus preciadas vasijas, e incluso ladrones que intentaban robar a un pueblo que quizás estuviera en peor situación económica que ellos mismos. Caminó unos diez minutos, y llegó a un alto desde el que podía divisar el río en el horizonte, ya quedaba poco.
Miró hacia atrás, y pudo ver su aldea en la lejanía; parecía que ya comenzaba a haber mayor actividad en la aldea…

Por un momento pensó que si se hubiese casado con Azahara, aquella princesa árabe su vida hubiese sido mejor y más próspera. Su matrimonio había sido concertado desde antes de su nacimiento, con lo cual él no tuvo oportunidad de rechazarlo. Lo cierto es que Azahara ocupaba ya un vago recuerdo en su memoria, pero la recordaba como una mujer bella, y con una gran personalidad… Llegó a la conclusión de que ese matrimonio le habría proporcionado riqueza, bienes, una vida digna, respeto, y privilegios; pero jamás le hubiese podido proporcionar lo que su vida junto a Naliah le hacía sentir. Había una diferencia con respecto a Naliah, que él no sentía hacia Azahara, él amaba a Naliah, estaba enamorado profundamente de ella; y esa vida era felicidad y libertad, cosa que, junto a Azahara era imposible que hubiese llegado a conseguir.

Mientras caminaba iba pensando, y mientras pensaba, iba recordando detalles de su vida en Arabia, detalles junto a sus padres, y junto a sus hermanos, detalles ya olvidados que habían quedado enterrados bajo la arena del desierto, pero que, habían vuelto a ser recordados con tristeza y con un deseo desesperado de volver a verles otra vez más. Miles de preguntas bullían en su mente en aquellos momentos, todas ellas relacionadas con el día de su huida; ¿Habrían intentado sus padres encontrarlo?, ¿habrían llorado tras su ausencia?, ¿se habría casado Azahara con otro hombre?, a esta pregunta fue la única a la que pudo encontrar una posible respuesta: Probablemente. ¿Qué sería de sus hermanos en estos momentos?, ¿y de sus hermanas?, ¿se habrían casado?, ¿seguirían vivos, o quizá podían haber perdido la vida desafortunadamente?, ¿se estaría alguno de sus amigos acordando de él?, es más, ¿le seguiría recordando alguien, o había pasado a formar parte del olvido en estos dieciséis años?..., estas dudas se amontonaban en su cabeza y chocaban entre sí, produciéndole intensos dolores, sin parar ni un instante, pero todas estas dudas y esos recuerdos olvidados volvieron a yacer enterrados bajo las dunas del desierto cuando escuchó su nombre a unos pocos pasos de su lado, a la vez que una mano le golpeaba la espalda.

-                      ¡Hamadi!, ¿en qué piensas? – Preguntó una voz que le resultaba muy familiar; la misma que me golpeaba la espalda con gesto amistoso.
-                      ¡Sarud, amigo!, buenos días. Estaba distraído, lo siento, lo cierto es que no dejo de darle vueltas a un tema muy complicado que me supera – dije con un tono despreocupado para no llamar demasiado su atención-, pero lo cierto es que no tiene mayor importancia – concluí con la esperanza de quitarle importancia a un asunto del que no me apetecía en absoluto hablar.
-                      Está bien, como quieras, pero ya sabes que estoy aquí para lo que necesites. Ahora será mejor que nos pongamos a trabajar duro, nos quedan muchas horas por  delante, y yo no quiero que Jamila se enfade por no haber trabajado lo suficiente, y supongo que tú tampoco quieres que te ocurra lo mismo con tu esposa, ¿verdad? – Dijo con un tono bastante despreocupado mientras se alejaba, pero no sé por que razón a é le sonaba algo burlón.


Observó como se alejaba con paso firme y decidido. Sarud era un hombre fuerte y musculoso con una gran personalidad, sus ojos negros impactaban, y su tez morena era tan brillante que parecía de la realeza. Era un hombre muy bello y atractivo según se comentaba entre las mujeres de la aldea, pero también destacaba por su aire despreocupado a la hora de vivir.

Hamadi se puso a trabajar duramente en sus tierras durante varias horas. Aquella mañana todo resultaba de lo más extraño, cerca de las tierras en las que él estaba trabajando sólo se encontraba su amigo Sarud, y otros seis hombres más. El barro le llegaba a la altura de las rodillas en algunas zonas, pero sin embargo, en otras, el terreno era completamente verde o amarillento, dando lugar a cultivos de cebada, plantas medicinales, trigo, y una pequeña plantación, no siempre productiva de maíz.
En sus tierras no tenía permitido cultivar caña de azúcar ni tomates, por ello intercambiaba estos productos con su amigo Sarud, ofreciéndole al trueque plantas medicinales, y trigo.
No se sentía especialmente un desdichado ni un hombre pobre, pues era feliz con cuan poco poseía, haciendo feliz a sus hijos y a su mujer.
Hamadi tuvo un presentimiento: ese día iba a ser muy largo, y el trabajo en el campo muy duro y agotador…



Naliah comenzó a aclarar los platos y las vasijas del desayuno con un poco de agua. Sentía especial interés por la educación de sus hijos, pero no disponía ni de los medios necesarios para llevar a sus hijos todos los días a la escuela, ni del dinero necesario para poder pagarles una educación adecuada. Todo lo que ella quería en el mundo era que, sus hijos supieran cuidarse solos, y que tuviesen un oficio del que poder vivir, y mantener a sus familias. Pero en las circunstancias en las que se encontraba no  existía  otra alternativa que esperar a que su vida y su suerte cambiasen.

-                      Nanuet, Sherezade acudid aquí un momento – llamó Naliah a sus dos hijas

Las niñas aparecieron en la cocina pocos instantes después de la llamada de su madre. Aún eran bastante pequeñas sobre todo Nanuet, que sólo contaba con cuatro años. Nanuet era una niña bastante tímida y muy traviesa, solía decirse en la aldea que siempre intentaba quitarles los juguetes a los otros niños, pero realmente su exterior decía todo lo contrario, era una niña bonita, con una sonrisa de oreja a oreja, una piel oscura, unos ojos terrosos que despertaban interés en cualquiera que los miraba, y un cabello oscuro del que no se podía decir con certeza si era negro o castaño. Pero eran inteligentes y audaces, pues debían serlo para poder sobrevivir y prosperar en aquella sociedad. Sherezade en cambio contaba con nueve años, y era la mayor de dos hermanas; tenía un cabello largo de color azabache bastante desaliñado, y unos ojos negros azulados brillantes y penetrantes, realmente era una muchacha preciosa, su piel era oscura, pero la conservaba bastante bien, pues solía lavarse diariamente.

-                      Dinos madre, ¿ocurre algo? – preguntó Sherezade.
-                      No, estad tranquilas, no ocurre nada, es sólo que necesito Sherezade, que cuides de tus hermanos pequeños, y de la casa hasta que Khalid, Zahur y yo regresemos en unas horas, ¿de acuerdo?
-                      De acuerdo, madre, pero… ¿dónde van a ir ustedes? – preguntó Sherezade con un tono de preocupación en la voz, que era, bastante apreciable.
-                      No te preocupes, cariño no iremos lejos, simplemente vamos a ir al centro de la aldea, a la plaza donde se reúnen las gentes para charlar e intercambiar algunos productos… - Dijo su madre tranquilizándola.
-                      ¡Ah!, entonces vas de compras, ¡que bien!, ¿y que vas a comprar madre? – Preguntó la niña emocionada.
Naliah suspiro. Se sintió abatida, no podía permitir que su hija se alegrase tanto cada vez que ella iba de compras, era algo humillante.
-                      No voy precisamente a comprar, pero voy a llevar en el carro una gallina que no necesitamos, pues tenemos otras dos, y ver si tengo suerte y alguien me la cambia por telas, o por jabón.
-                      Está bien madre, entonces no salgo de casa, ¿no? Me quedaré con Nanuet y con Rahotep en el patio trasero junto con el cerdo, las cabras, y las gallinas. Si alguien entra con noticias o preguntando por ti, o por padre ¿qué respondo? – Comentó la niña haciendo un pequeño énfasis en la palabra noticias.
-                      Hija mía, solo dile que no estamos, que yo volveré en unas horas, pero no salgas de casa, y no vayas con desconocidos. Rahotep está durmiendo, si llora, sólo acúnale, no hará falta más, ¿entendido?
-                      Por supuesto, madre. Tened cuidado. Los vecinos maldicen a una anciana que, a su parecer está trayendo mala suerte al poblado con sus conjuros y males de ojo. La tachan de bruja.
-                      Sherezade eso son leyendas urbanas, no tienes de que preocuparte los dioses te protegerán – dijo Naliah intentando convencer a su hija de las muchas invenciones de sus vecinos -. Adiós hija – se despidió la madre mientras le decía adiós con la mano -, no salgas de casa, volveré pronto – dicho esto cogió el pequeño y viejo carro de madera y guardó la gallina dentro junto con unas pequeñas bolsas en las que siempre llevaba algunas semillas variadas para intercambiar, ó escasas piedrecillas de oro, con las que compraba mobiliario, utensilios, u objetos necesarios.

Sherezade acudió a despedir a su madre y a sus hermanos a la entrada de la casa. Vio como se alejaban en la distancia, volviéndose a menudo para decirle adiós o cruzar una de las últimas miradas de despedida. Ella respondió a todos aquellos gestos, sin moverse de allí, hasta que los perdió de vista.
Supo en aquel momento que algo no iba a ir como esperaban, tuvo un mal presentimiento, peor incluso que el de hacía dos años, sintió que un escalofrío le recorría todo el cuerpo desde la cabeza hasta los pies; y a pesar de todo supo que debía callar y guardar esto como un secreto. Y se juró a sí misma que ni una sola palabra saldría de su boca. Entreabrió un poco los labios y dejó escapar un leve suspiro de alivio al lograr evadir esos oscuros pensamientos de su cabeza.
La niña muy asustada, corrió la cortina que separaba la vivienda del exterior y se dirigió al patio trasero junto a su hermana Nanuet, y los animales. Atravesó el hueco grande y espacioso, a diferencia de los huecos que actuaban como ventanas, pues no había puerta. Penetró en el patio, en el que había un pequeño pozo, del que obtenían el agua, y también alguna que otra bolsa con semillas de todo tipo para poder elaborar pasteles en los días festivos, o en ocasiones realmente importantes, como celebraciones, o ceremonias. Le vino a la memoria una escena de hacía ya muchos meses, en la que por su cumpleaños le habían regalado un turbante precioso de colores intensos y brillantes, y una túnica de color blanco. Era ropa muy humilde que su madre había comprado en el mercado anual de la ciudad de Baskhud, una ciudad bastante cercana a su aldea. Su madre lo frecuentaba todos los años, y siempre que iba, compraba algún objeto interesante y bonito para cada uno de ellos.           La celebración de su nacimiento coincidía poco después del mercado, y sus padres siempre le habían regalado algo procedente de aquellos extraños proveedores de telas, jabones, perfumes, muñecas, y figuras hermosas que decían venir de occidente…
Siempre se había preguntado qué situación ocuparía occidente geográficamente, deseaba saber más sobre aquel lugar tan complicado según los adultos, tan avanzado según los sabios, tan pobre y desdichado como afirmaban los mendigos, tan rico y fértil como añadían los comerciantes, y mercaderes, aquel lugar que como señalaba su padre se encontraba carente de cultura, historia, y creencias, aquel lugar que como recalcaba su madre insistente y con un ligero tono amenazador en la voz, era un lugar prohibido. Un lugar al que una mujer que se precie no debería acudir de ningún modo. Nunca. Fueran cuales fueran los motivos. Jamás. Era más digno morir como un esclavo maltratado en oriente, que poner un pie en occidente.
Las dudas le recalentaban la cabeza, y las opiniones de cada persona le hacían dudar sobre el tipo de lugar que era realmente ese lugar desconocido llamado Occidente.
Puede que algún día conozca la verdad, pensó. Y se sumió en una profunda reflexión consigo misma, analizando cada respuesta, cada hecho, cada causa, cada reacción y cada palabra. No dio con una conclusión exacta, tampoco se acercó a ella. Quería, no, necesitaba saber realmente que ocurría en aquel lugar, las razones por las cuales cada cual exponía algo diferente, los motivos por los que, aquellas personas narraban los hechos de tal forma como si deseasen, y su verdadera intención fuese hacer que creyeras plenamente en lo que te decían. Por alguna razón ajena aquellas personas necesitaban que alguien los creyese. Una pregunta invadió la mente de Sherezade: ¿Qué estaba ocurriendo realmente en occidente?, ¿ocultaba este lugar algún secreto inconfesable que quisieran encubrir?
El recuerdo se desvaneció dejando ver una sonrisa de satisfacción en el rostro de la niña.

Miró a su alrededor, y vio a su hermana postrada sobre un lecho de hierba y hojas secas, destinadas al consumo del ganado. Se acercó lentamente, pues tenía miedo de que estuviese muerta. Dio pasos lentos, pequeños y cortos, y se acercó un poco, pero al no lograr averiguar si estaba muerta decidió acercarse completamente hacia ella. ¡Oh! ¡Osiris, por favor escuchadme y escuchad mis plegarias y decidme por todo lo que amáis que no os habéis llevado a mi hermana al otro mundo! ¡Por todos los dioses, no! ¡Por favor, decidme que aún no!, pensó ella plenamente desesperada.
Se armó de valor, y palpó el cuerpo de su hermana con mera desconfianza, y finalmente para su alivio repentino se alegró de que estuviese viva y la abrazó con entusiasmo. Rió para sí, y se preguntó como podía ser tan extremadamente ingenua como para pensar que podía haber muerto así sin más, sin haber causado el mínimo ruido, sin haber pronunciado un llanto. Sherezade tomó a su hermana pequeña en brazos y la llevó al dormitorio, mientras la acostaba en el suelo escuchó la voz del pregonero de la aldea, al parecer había noticias. Se apresuró a arropar a su hermana con una vieja manta que había en uno de los sucios rincones y se dirigió a recibir al hombre.

-                      Buenos días señor - saludó Sherezade al viejo hombre -, ¿qué le trae por aquí? – dijo respetuosamente, aunque no había ido nunca a la escuela, siempre había tenido una educación adecuada y la habían enseñado a respetar a sus mayores.
-                      Buenos días, estoy repartiendo los papiros semanales, tus padres me los han encargado, ¿te los doy a ti, pequeña? – dijo con un tono de voz ronco, propio de una persona mayor.
-                      Sí, muchas gracias señor – le dijo.
-                      De nada pequeña. Ahora he de seguir repartiendo, que tengáis un buen día. Saluda a tus padres de mi parte – Dijo el anciano de pelo blanco y barba larga y grisácea mientras se alejaba con un carrito lleno de papiros.

Corrió la cortina, y depositó el papiro sobre un cofre situado en la sala de estar.

En la casa, el mobiliario brillaba por su ausencia. Únicamente había cinco habitaciones. La cocina, donde había un horno, un fogón, una estantería en la que se depositaban las vasijas, los botijos, y los cuencos, y unas escaleras que llevaban a la azotea, donde se acumulaban reservas para el invierno, y que servía como despensa. Un único dormitorio donde dormían los siete sobre grandes montículos de heno cubiertos con una sábana blanca, y sobre esta una vieja manta que solo utilizaban en las noches más frescas. La sala de estar en la que había una pequeña mesa de madera con unos cojines, un par de esteras, una alfombra, en una de las paredes se encontraba una pequeña cómoda donde guardaban utensilios básicos y herramientas, en una esquina había dos baúles donde guardaban sus ropas, y colgado de una pared, un papiro muy bonito con un dibujo precioso que representaba la unión entre la diosa Isis, y el dios Osiris. Por último en la casa había un vestíbulo en el que se encontraba la entrada principal a un lado de esta un altar para rendir culto a los dioses, y al otro lado del vestíbulo se encontraba la entrada al patio trasero dónde se hallaban los animales y un pequeño huerto.


Naliah empujaba el carrito de forma forzada, ya estaban cerca de la plaza.
Zahur, el hijo más mayor, que contaba ya con trece años advirtió a su madre y a su hermano que ya podía divisar la plaza, y también el bullicio de las gentes. Naliah demostró sus ganas de llegar allí saltando como si fuese una cría de cinco años. Sus hijos la miraron perplejos, pero conocían a su madre, y sabían a que había ido realmente a la plaza.
Llegaron al llamado centro de la aldea, donde había mujeres, que como ella intentaban negociar unas con otras para obtener diferentes bienes.
Naliah tomó de la mano al segundo de sus hijos, Khalid, que contaba con once años, y le dijo a Zahur que hiciese cola en el taller del artesano.
La mujer se alejó con su hijo hacia uno de los puestos. Buscó entre las mujeres hasta dar con Jamila, una de sus amigas y vecinas de la aldea. Se acercó hasta la alfombra roja en la que Jamila tenía sus productos. Según lo que el marido de Jamila le había contado a Hamadi, ella elaboraba los jabones y los perfumes a partir de plantas y hierbas naturales.


-                      Jamila, buenos días. He venido porque preciso urgentemente de tus productos – dijo Naliah.
-                      Bien, eso es fantástico, pero, ¿Qué me ofreces a cambio? – Preguntó Jamila fingiendo aires de superioridad.
-                      Había pensado en ofrecerte esta gallina, y esta bolsa de semillas. Es muy productiva y a penas hay que darle semillas, se alimenta del grano esparcido por el suelo. – Dijo Naliah esperando un sí por respuesta.
-                      Me parece bien Naliah, quiero esa gallina, pero hemos de marcar ahora mis productos, ¿te parece bien dos pastillas de jabón y un frasco pequeño de perfume a cambio de la gallina y la bolsita de semillas?
-                      Estupendamente Jamila. – dijo Naliah con una sonrisa.
-                      Bien, pues entonces, aquí tienes tus jabones y tu perfume, Naliah, que los disfrutes, y no dudes en volver. – dijo Jamila mientras yo me alejaba.

Naliah guardó los jabones, y el perfume en una pequeña bolsa que traía consigo para que no se estropeasen ni se rompieran, luego los guardó en el carrito para transportarlos mejor. Llevaba ya catorce años yendo una vez a la semana, raramente dos a esa plaza. Al principio partía para intercambiar productos, años después comenzó a adquirir telas con las que fabricaba prendas y alfombras que luego vendía. Estuvo haciendo esto durante tres largos años y consiguió reunir el dinero suficiente como para comprar tres o cuatro muebles baratos, o incluso para comprar herramientas nuevas, o comida más variada durante unos meses, pero no el suficiente como para enviar a alguno de sus hijos varones a la escuela.

Naliah tomó a Khalid de la mano de nuevo, y mientras empujaba el carrito, se abría paso entre la multitud; hecho bastante complicado en una plaza como aquella.

Volvió al lugar dónde había enviado a aguardar a su hijo mayor Zahur.

-                      Zahur, tengo que hablar contigo, hijo. – le dijo su madre seriamente.
-                      Dime, madre. ¿De qué quieres hablarme? – preguntó  Zahur con la misma seriedad con la que su madre le había hablado anteriormente.
-                      Tu padre y yo hemos estado hablando a cerca de tu futuro, y queremos que ejerzas un oficio con el que logres sustento para ti, y para tu familia, el que tú escojas, pero antes queríamos hacer una mención a tu talento con la madera y la arcilla – dijo mi madre a la vez que sonreía y me acariciaba la mejilla -. Es por ello que, te he traído hasta el taller del artesano de la aldea. El anciano asegura que si eres bueno, es probable que puedas montar tu propio taller, y tener una mejor vida. Tú decides. – dijo con ese tono de voz que presentan las madres ante sus hijos cuando quieren conducirlos a tomar la decisión adecuada.
-                      Me parece una idea fantástica, madre. Será un honor para alguien como yo ejercer un oficio tan importante. – respondió
Naliah sonrió y apoyó a su hijo a cumplir su sueño.

-                      Pero madre, no va a ser fácil lograr que el maestro me enseñe el oficio, ¿Qué ocurrirá si no soy lo suficientemente bueno?, ¿o no soy del agrado del maestro?, o peor aún, ¿qué ocurrirá si me dice que directamente no sirvo en absoluto para desempeñar la tarea?
-                      Pero hijo, no pienses en eso, y el maestro jamás podría opinar eso a cerca de ti, hijo mío.
-                      ¿Por qué opináis de esa manera, madre?
-                      Por una razón muy simple, con un poco de barro le hiciste una muñeca a Nanuet por su cumpleaños, incluso la vestiste con restos de telas, y le pusiste pelo con heno, agua, y arcilla. Y le tallaste un caballo precioso a Khalid, con tan sólo un pedazo de madera y un cuchillo. ¿te parece poco?
-                      Tienes razón madre, gracias por los ánimos.

Zahur abrazó a su madre, y le agradeció el gran sacrificio que estaba haciendo por él.

El maestro salió de su casa, y bajó al taller; fue examinando alumno tras alumno, e incluso a una alumna, a la cual rechazó inmediatamente por el hecho de ser mujer. Su madre, en lugar de animarla, y consolarla, la castigó duramente. El último de aquella cola parecía ser Zahur, y había llegado su turno, el momento que debía aprovechar para mostrar su valía.
El maestro le pidió exactamente lo mismo que a los anteriores, realizar una muñeca con arcilla, y tallar un caballo en madera. Zahur no estaba nervioso en absoluto, y su confianza en sí mismo, era máxima. Él y su madre cruzaron una mirada de complicidad, ambos sabían que todo eso ya lo había hecho el chico antes. Así pues, Zahur, comenzó a tallar el caballo. Al disponer de herramientas que en su casa no tenía decidió finalizar el caballo puliéndolo, cosa que en su casa, era evidente que, no habría podido realizar. Por otro lado, los conocimientos de Zahur sobre como tratar la madera sorprendieron al anciano de tal modo, que antes de que el muchacho acabara de pintar detalles sobre la madera el maestro intervino:
-                Muchacho, cesa un momento en tu labor. Creo que ya he visto suficiente por hoy – dijo el anciano mientras se acercaba hacia el muchacho y le revolvía el oscuro pelo.

Zahur se detuvo automáticamente. Fue como si la voz del maestro manejase un botón en el  interior del muchacho a su gusto.

-                Muchacho dinos tu nombre – ordenó el anciano.
-                Mi… mi nombre es Zahur – respondió el muchacho con decisión
-                Bien, Zahur, ¿a quién pertenecéis?, ¿de dónde sois?, y lo más importante, ¿por qué queréis aprender este oficio? – preguntó el anciano esperando impaciente una respuesta.
-                Señor, con todos mis respetos he de decirle que provengo de una familia muy humilde. Mi madre es esa bella mujer que se encuentra entre la multitud – dijo mientras señalaba a la mujer que vestía con un vestido de lino blanco, y dos franjas azules-, y mi padre es un campesino, señor – dijo inclinándose hacia el maestro-. Vivo en esta aldea, maestro junto con mis padres, y mis cuatro hermanos. Quiero dedicarme a este oficio porque, francamente opino que tengo un don otorgado por los dioses, y que he de aprovechar; entre otras cosas, me gusta el oficio, y en un futuro me gustaría tener mi propio taller, con el que poder alimentar a mi esposa y a mis hijos… Pero mientras tanto maestro, quiero aprender de usted, y, con usted.

Los ojos del maestro se tornaron hacia el muchacho. Lo miró fijamente durante unos instantes, y, finalmente comenzó a aplaudir fascinado por las palabras de aquel niño.
-                Zahur, eres un muchacho inteligente, y en treinta años de oficio jamás había visto a un muchacho que hiciese todo lo que tú has logrado en este día. Ha resultado increíble la forma en la que tratas la madera, y puedo asegurarte que llegarás lejos; pocos muchachos sabrían hacer lo que tú haces con esa extrema pasión, dedicación, y limpieza. Estaré realmente complacido de que pases a formar parte de mi taller.
El rostro de Zahur intentaba aparentar seriedad, pero la gratitud y la emoción que sentía en ese momento resultó incontenible.

-                Muchas gracias maestro, para mí, esto es un honor, y un posible camino hacia un próspero futuro. – dijo Zahur.
El maestro asintió lentamente con la cabeza.
-                Zahur, el oficio de artesano es muy sacrificado. Si quieres convertirte en mi ayudante has de acudir aquí todas las mañanas puntualmente cuando el Sol se haya puesto. ¿estás dispuesto a cumplir ese requisito? – preguntó el maestro.
-                Por supuesto que sí, maestro, ese y cuantos usted precise para instruirme – respondió el niño con decisión.
-                Muy bien muchacho, debes recordar por encima de todo que estás aquí para aprender, y tu aprendizaje consistirá en realizar muñecas de arcilla, y en tallar caballos, y cajas para guardar pequeños objetos, que luego decorarás con pintura a tu gusto, o al de los clientes. No estarás asalariado, por tanto no cobrarás ninguna moneda, pero de todo lo que tú realices, que quede sin vender al cabo de una semana podrás llevarte un objeto a tu casa. De este modo, no tendrás que invertir dinero en comprarlo y a su vez estarás aprendiendo un oficio, ¿te parece razonable? – comentó el anciano.
-                Sí maestro, lo que sea con el fin de aprender, y llegar a ser un hombre digno de admiración – Intervino Zahur.
-                Muy bien, comenzaremos cuando hayan pasado dos lunas, en el momento en el que el Sol se haya puesto… Más te vale llegar a la hora, por los dioses. Hasta entonces tienes tiempo libre, disfrútalo – dijo el artesano mientras se hurgaba en la blanca barba.
El muchacho divisó a su madre con la mirada y trató de ir a su encuentro, mientras lo hacía no podía evitar girar la cabeza y mirar por el rabillo del ojo al anciano que seguía en pie con su negro turbante, y su vieja túnica dejando ver sus pies descalzos sobre la arena. Ladeaba la cabeza de un lado a otro.

Zahur se dirigió hacia su madre para decirle algo, pero los vítores que se lanzaban en su honor ahogaron irremediablemente sus palabras, su madre le dedicó una profunda mirada de entendimiento, como si llevase su agradecimiento escrito en la frente.
-                No me lo agradezcas hijo mío, es mi deber como madre hacer todo lo posible para que mis hijos sean felices; si hiciese todo lo contrario no podría considerarme una buena madre.
-                Te quiero mamá – y aunque, sus palabras volvieron a quedar ahogadas entre los gritos, y vítores  de la multitud, su madre volvió a comprenderle perfectamente y respondió:
-                Yo también hijo, ahora volvamos a casa, tu hermano ya está bastante aburrido… - replicó Naliah sonriendo entre dientes.
-                Puede, pero eso es ahora, ya verás en cuanto le diga que gracias a su hermano va a conseguir una gran cantidad de caballos de guerra… - contraatacó Zahur.

Naliah rió a carcajadas delante de su hijo, y por un momento volvía a sentirse joven… ¡qué diantres!, era joven, sólo contaba con veintiocho años de vida, y aunque pareciese que no, y ella aún no lo supiera era la mujer más bella del poblado.
La mujer agarró la mano de su hijo mayor para conducirlo entre la multitud que aún tenía la mirada fija en ellos. Silbó por aburrimiento mientras intentaba encontrar la salida entre aquella muchedumbre.
El mercado jamás había estado tan lleno, pensó.
De la nada se escuchó una voz que se alzaba sonoramente sobre las demás por el hecho de resultarle familiar, muy familiar.

-                Mamá ¿qué habéis estado haciendo durante todo este tiempo?, ha aparecido una señora muy extraña que ha intentado venderme unas telas negras, y al decirle que no tenía dinero ha querido regalármelas – explicó Khalid -. Pero me pareció tan extraño que alguien quisiera regalarme unas telas que no las acepté; me parecía muy sospechoso. –intentó excusarse Khalid esperando una respuesta coherente, y no un probable “hijo mío, o ha sido fruto de tu imaginación, o estás rematadamente loco”
-                Está bien hijo, ¿dónde está esa señora? ¿La has vuelto a ver? – preguntó su madre indecisa.
-                No. Lo cierto es que creo que estaba ida, comentaba algo sobre una maldición, y luego algo sobre la muerte, así que me alejé. – Comentó Khalid aliviado por la inesperada credibilidad de su madre.
Naliah asintió para tranquilizar a su hijo, pero realmente sólo trataba de calmarse ella misma. Recordó el viejo cuento de su madre. Aquella leyenda que le había contado al cumplir los doce años. La apartó de sus pensamientos y le acarició la nuca a Khalid.
-          No te preocupes – dijo aportándole seguridad.

Los tres emprendieron camino hacia su casa. Era ya casi medio día y el Sol se encontraba alto e imponente en el cielo. Brillaba como nunca antes lo había hecho, quizá esto ocurría porque la gente que vivía cerca del desierto jamás miraba al Sol directamente, le tenían mucho respeto a Ra, el dios de este. El calor golpeaba las cabezas de los caminantes cansados del poblado, haciendo que el sudor corriese como el agua del Nilo por su frente.
Khalid ya podía ver su casa y se sentía muy contento de regresar, pero su felicidad se debía principalmente a tener un lugar en el que cobijarse de aquel Sol abrasador. Corrió hacia la casa, que se encontraba ya, a unos pocos metros de distancia. Cuando llegó a la casa gritó, y su hermana Sherezade lo recibió. Mientras Khalid entraba, la niña se quedó de pie en la entrada de la vivienda, con la mirada perdida, esperando a que su hermano mayor, y su madre llegasen para volver a correr la cortina.

Naliah transportó el viejo carrito de madera hasta el patio trasero, cogió de este la bolsa en la que llevaba los objetos que había conseguido y se los confió a Sherezade. La niña, tan audaz como un lince sabía perfectamente donde debía dejar esos bienes. Se dirigió hacia el dormitorio, y una vez allí depositó la pastilla de jabón violeta dentro de una caja tallada en madera, y después, hizo lo mismo con la pastilla de jabón de color naranja. El perfume no lo depositó dentro, sino que, lo colocó encima con total delicadeza para que no se dañase.
La niña salió del dormitorio y penetró en la sala de estar, donde se encontró con sus dos hermanos mayores. Naliah les habló desde la cocina:
-                Sherezade, ¿sigue durmiendo Rahotep? – preguntó Naliah.
-                Sí madre, y Nanuet también, ambos se encuentran descansando en el dormitorio; supongo que ayer debió de ser un día muy cansado para ellos. – concluyó Sherezade desde la sala de estar haciendo grandes esfuerzos para que su madre la escuchase, pero vigilando el tono de voz para no despertar a sus hermanos.
-                Supongo que tienes razón, como casi siempre. Será mejor dejarles dormir, ya comerán en cuanto se despierten. – dijo la madre.

Al cabo de veinte minutos aproximadamente la comida ya estaba preparada y servida en la mesa de la sala de estar. La carne era la misma que la que habían tomado anteayer, carne de ave, pero no podían quejarse porque conocían la situación económica de la familia. Les consolaba que en el centro de la mesa no solo había pan relleno con dátiles, sino que también había un cuenco lleno de tomates. Para beber tenían agua para los niños, y cerveza para la madre. De postre había pastel de uvas e higos, el postre preferido de los niños. Antes de comenzar a comer bendijeron los alimentos, y trataron de dar las gracias a los dioses. Acto seguido comieron todos juntos, mientras Sherezade y Naliah mantenían diversas conversaciones sobre telas, oro, perfumes, y compras. Mientras que los varones hablaban entre sí sobre su futuro, sus futuros oficios, y describían a su mujer perfecta con la que pasar el resto de sus días.

Mientras Naliah recogía la mesa Sherezade recordó que el pregonero había traído aquel extraño papiro completamente indescifrable para ella.

-                Madre, acabo de recordar que antes el pregonero se acercó y me entregó este papiro – dijo la niña a la vez que le entregaba el papiro a su madre.
-      Naliah tomó el papiro de las manos de su hija, y le echó un vistazo rápido. Esta bien – dijo – déjalo en el vestíbulo, lo leeremos en cuanto tu padre llegue de trabajar – y diciendo esto le devolvió el papiro a su hija mientras ella volvía a la labor que estaba haciendo.

Naliah aclaró los platos con un poco de agua que Khalid había sacado del pozo del patio la noche anterior, y acto seguido los secó con un viejo trapo de cocina. Salió de la cocina, y se sentó junto a los niños en la sala de estar esperando a que los dos niños se despertaran, y aguardando la llegada de Hamadi. Se sentía impotente pues no había nada que pudiese hacer en aquellos momentos. Recordó su pasión por la danza egipcia, y recordó que esta mañana había ido a la plaza a intentar ganar un poco de dinero ejerciendo este arte; todo ello con el fin de que alguno se sus hijos, quizá el más pequeño pudiese acudir a la escuela. No había podido cumplir su objetivo, pero sin embargo, había logrado otro muy distinto que su hijo mayor ansiaba desde hacía mucho tiempo. Así pues, decidió animar a Zahur a contar su historia ante sus hermanos.
Zahur se sintió importante por unos momentos, y eso le agradaba, sentía que su madre tenía una gran confianza en él, y empezó a narrar la historia con todo lujo de detalles, añadiendo de este modo alguna que otra exageración, y un par de mentiras piadosas de las cuales su madre se rió con complicidad; pero no le contradijo en ningún momento, dejó que la contara a su gusto, y Zahur se lo agradeció. En esta ocasión, no fueron los vítores de la gente los que le impidieron escuchar las palabras de su madre, pues ella no había pronunciado ninguna. Zahur volvió a ver aquel brillo en la mirada de su madre, y pudo leer con total nitidez aquella oración que durante tantos años había estado ansiando escuchar. “Eres libre hijo mío, has comenzado tu historia, y con ella tu vida, eres libre, y te convertirás en un buen hombre; ya va siendo hora de que empieces a contar, a ver, y a hacer las cosas a tu manera, ahora prosigue con tu historia…”
Zahur casi comprendió lo que aquellas palabras significaban.
Casi las comprendió.

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