2 La llamada de socorro
Hamadi llegó temprano a casa. Llegó a media tarde, y vio a Khalid recostado sobre la pared de la casa.
- ¿Cuánto tiempo llevas aquí afuera? – preguntó mientras le revolvía los oscuros cabellos y haciéndole gestos que expresaban un cariño bastante obvio.
- No demasiado padre, tan solo un par de horas.
- ¿Ya comisteis verdad? Bueno, me imagino que sí. ¿Está tu madre dentro, o salió?
- Madre se encuentra dentro, dijo que iba a acostar a Nanuet y Rahotep. Al mercado fuimos por la mañana así que dudo que también vaya por la tarde. Compramos algunas cosas que necesitábamos y volvimos rápido.
- ¿Zahur también está en casa?
- Sí - contestó Khalid secamente.
Su padre detectó esa pizca de amargura tan típica de su hijo, en el tono de voz del pequeño niño de túnica desgastada y ojos serenos. Enseguida se preocupó y pensó detenidamente como formularle la pregunta que tantos años había estado deseando preguntarle. Nunca había encontrado la manera de tratar aquel tema sin herir los sentimientos de Khalid, y en ese momento no había encontrado una solución. Pero era el momento, le gustase o no. Debía hacerlo.
- Khalid, ¿tienes envidia de tu hermano mayor? – fue una pregunta directa que se clavó como una flecha de plata disparada desde 200 metros de distancia que cortaba el aire al vuelo y daba de lleno en el corazón de Khalid.
El muchacho desvió la mirada para que sus ojos cobrizos no se encontraran con los ojos jades de su padre. Mostró indiferencia hacia la pregunta, simulando que no la había escuchado.
- Está bien hijo, ayúdame con esto – dijo su padre indicándole la carretilla con el dedo índice.
Khalid se levantó ágilmente y observó detenidamente lo que se encontraba en el fondo de la carreta. No estaba llena hasta arriba, y ningún alimento sobresalía del artilugio de madera, pero era suficiente. Lo justo para alimentar a seis personas durante cuatro o cinco días. Examinó cada pieza con extremo cuidado, no quería estropear ningún alimento. Dos aves, por el olor detectó que no debían llevar muertas más de una hora, o incluso menos. Tal vez, su padre las había visto merodeando a las orillas del río, y las había cazado usando alguno de sus supuestos trucos secretos. Siguió identificando los alimentos, un saco repleto se sal y otro más grande pero de harina, un par de puerros, tres cebollas alargadas de color verdoso, una lechuga, dos tomates, cuatro deliciosas chufas, una sandía, unas cuantas yoyobas pequeñas, y un queso de aroma intenso.
Cuando su padre no miraba Khalid cogió una yoyoba, la más pequeña y la guardó en la túnica.
Empujó la carretilla hacia el interior de la casa, y allí empezó a descargar el material.
Naliah acudió al vestíbulo a recibirles, y le indicó a Khalid que llevara las cosas a la cocina, que después ella se encargaría de organizarlo y prepararlo todo para el consumo; todo esto sin pronunciar palabra alguna. Bastaron un par de señas y una mirada para que el niño comprendiera lo que su madre quería decir, se mostrase obediente y entrara en la cocina.
Naliah besó a su marido.
- He de irme, querida – dijo su marido.
- ¿Vas a regresar al trabajo? ¿Ahora? Pero si acabas de llegar. Podrías quedarte un rato y hacerme compañía.
- Lo siento querida. He de volver al trabajo, sólo he venido a traer esto, pues si vengo a la noche con todo cargaría demasiado peso. Prefiero realizar dos viajes. De este modo te veo – dijo y sonrió – Te quiero, no lo olvides, volveré tarde, no me esperes despierta – y la besó de nuevo.
La tarde parecía presentarse tranquila de momento, y Khalid salió a la calle para poder descansar, reposar la comida, y dejarse llevar por sus pensamientos. El Sol resplandecía sobre el intenso cielo azul celeste, y le producía una sensación más agradable que la que le había producido hacía dos horas.
Vio a su padre volver a salir de casa, pero no le dirigió la palabra. Seguía dándole vueltas a la conversación de hacía unos minutos, y su orgullo le impedía decir un simple adiós.
Su padre se alejó por un estrecho camino que conducía hasta el río. Cuando el cuerpo de su padre no era más que una silueta borrosa a lo lejos Khalid se dignó a mirarlo.
Yo también debería irme, pensó.
Y él se levantó, y se alejó también, pero por el camino opuesto.
Khalid caminó hacia el lugar al que él mismo designaba como “su escondite”. Cuando necesitaba tranquilidad, siempre acudía allí a pensar y a reflexionar sobre el tema que le inquietaba. Era un lugar que muchos conocían, pero que pocos sabían apreciar. Cuando se encontraba allí siempre solía resolver todas sus dudas y siempre encontraba la solución a un problema. No se encontraba ni cerca, ni lejos, simplemente había que saber buscarlo con el corazón. Y Khalid sabía como hacerlo. En aquel lugar las vistas eran hermosas. En el poblado sólo encontraba a otros hombres que eran iguales a su padre: hombres con largas túnicas sucias, en las que ya no se podían distinguir los colores, zapatos de madera con las puntas rotas o vueltas hacia arriba, turbantes en las cabezas y el rostro barbudo que miraban a los muchachos con indiferencia y con superioridad, o que por el contrario, hablaban entre sí muy despacio sobre cosas que a sus ojos resultaban aburridas.
Siguió su camino hacia las afueras de la aldea, dónde sólo había desierto. A medida que avanzaba, se iba entreteniendo golpeando torpemente algunas piedras que encontraba a su paso. Tropezó con algunas de ellas, resbaló con muchas otras, y cayó al suelo por culpa de una en especial. Una piedra del tamaño de una perla común, con un color blanquecino, y un bonito resplandor que le llamó la atención. La caída le resultó algo dolorosa, pero recordó las severas palabras de su padre: “Un hombre que se precie nunca llora, sino, no es un hombre”. Miró la piedra, y pensó que era prácticamente imposible tropezar con algo tan pequeño e insignificante. Cogió la extraña piedrecita completamente redonda y se la guardó en un bolsillo de la túnica. Se encontraban dispersas por todas partes, y a Khalid le gustaba golpearlas, y escuchar el sonido que producían al colisionar unas con otras, pero aún más el roce áspero contra la arena; aunque de todos modos, no encontró otra piedra similar a la que había recogido.
El muchacho quería llegar cuanto antes al lugar, ansiaba volver a ver como la puesta de sol teñía de rojo pasión las infinitas dunas del desierto. A sus ojos aquello resultaba espectacular, descubrió aquel lugar hacía a penas unas semanas, y desde entonces acudía allí a menudo. Las puestas de sol le emocionaban más que cualquier otra cosa en el mundo. Era algo que no se podía describir con palabras, solo podía expresarse con hechos.
Muchos no sabrían apreciar el arte de contemplar durante horas una puesta de Sol, pensó Khalid.
En mi familia sin ir más lejos, dudo que alguno haya contemplado una puesta de Sol alguna vez, dijo en voz alta, ya que sabía que dijera lo que dijera nadie iba a escucharlo allí.
Llegó a un alto tras casi una hora de caminata. Desde allí ya podía ver la roca y el pequeño oasis. Ahora lo más complicado será descender, murmuró.
La arena del desierto estaba muy caliente, y le quemaba los pies desnudos. Decidió descender sentado, y tras múltiples esfuerzos lo logró. Corrió hacia la roca, que ya estaba muy cerca, más de lo que él imaginaba. Lo que más extraño le resultó fue que ese día no había huellas en la arena.
Parece que los comerciantes no pasan por esta zona. Quizá nadie pase por aquí nunca y yo sea el único, pensó.
Alrededor del diminuto oasis se encontraba una excelente vegetación, y Khalid decidió recoger algunas plantas y flores para entregárselas a su madre. Pensó que si le llevaba algo a cambio no se enfadaría tanto al verlo llegar tarde. El agua del oasis era cristalina, y brillaba, se podía ver completamente el fondo, era muy poco profundo. Algunas piedrecitas y peces así como plantas acuáticas se escondían en el fondo. Khalid se sintió tentado, y finalmente tomó un poco de agua, pues su paseo a través del desierto le había producido bastante sed.
Bebió hasta saciarse, y se secó la cara con la manga de su túnica.
El Sol comenzaba a ocultarse, y él subió a la roca para poder contemplar mejor la puesta de Sol. Era preciosa, las dunas se teñían de naranja, se tornaban en rosa, y finalmente el desierto se convirtió en un auténtico mar de sangre. Khalid se sintió emocionado por este reciente espectáculo, y las lágrimas corrieron por sus mejillas. No pudo evitarlo, aquello le resultaba conmovedor. Khalid vio a lo lejos, al norte, algo que parecían ser las montañas, siempre había querido viajar hacia el norte, porque nadie de su poblado había ido jamás en aquella dirección, y a él tampoco le permitían hacerlo. Le atraía en gran medida aquello, como un imán atrae objetos metálicos. Siempre que veía un mercader que llegaba a su aldea desde el norte sentía fuertes impulsos de aturdirlo a preguntas; pero su madre se lo tenía prohibido. Su madre prohibía demasiadas cosas sin explicación alguna. Khalid quería ser mercader por muchas razones: deseaba que el sol lo bañara con sus rayos, tiñéndolo junto con la arena, y haciendo que pasara a formar parte de ese mar ensangrentado; pero principalmente por una única razón: quería viajar a otras tierras, salir de Egipto, abandonar su aldea, y conocer el secreto que se hallaba tras esas lejanas montañas del norte… El secreto escondido que todos osaban ocultarle.
Sería increíble poder viajar por el mundo. Por tierra y por mar, pensó.
Revolvió el bolsillo de su túnica, el mismo en el que había guardado la yoyoba y la extraña piedra, y cogió la primera. Tenía algo de hambre, y comenzó a mordisquear la pequeña fruta. Era bastante dulce y jugosa, y su sabor era delicioso. Acabó de comerla al poco tiempo, y se relamió los dedos y los labios.
Su padre le había contado que en el lugar dónde él trabajaba a menudo desembarcaban pequeños barcos de comerciantes que venían de tierras lejanas. Algunos habían cruzado océanos enteros, otros habían cruzado un mar, o varios, y muchos venían de diferentes partes del Imperio.
Puede que algún día yo también consiga hacer lo que esas personas hacen y tener mi propio barco, se dijo a sí mismo.
Rápidamente sus pensamientos se desvanecieron al escuchar un trote propio de un caballo a lo lejos. Bajó de la roca rápidamente, y ya podía ver el caballo con nitidez, y también a la persona que iba en ese caballo.
¡Por los dioses! No puede ser cierto, se dijo en voz alta.
La mujer, ya entrada en años redujo la marcha a medida que se iba acercando hacia el muchacho. El velo que llevaba era anaranjado, y se confundía vagamente con el atardecer, al mezclarse con los últimos rayos de Sol del día. Al parecer, ella también había reconocido al muchacho, o al menos no pretendía hacerle daño alguno.
Según se iba acercando, Khalid lo veía más claro: Era realmente su abuela, a la que llevaba sin ver más de cuatro años, pero ese rostro cansado y afable era imposible de olvidar, ni siquiera una ilusión del desierto lo hubiese podido hacer dudar.
La anciana bajó de su caballo, y se acercó al muchacho lentamente, con paso decidido. Las ropas se mecían con el viento, y la parte delantera del traje comenzó a ondear débilmente. Khalid también se acercó, pero corriendo, hacía años que no tocaba a su abuela, que no la veía, que no le hablaba, hacía cuatro años que no sabía nada de ella, y la emoción corría por sus venas.
- ¡Abuelita, abuelita! -, ¡Oh, por los dioses! – gritó Khalid mientras corría en su busca.
- ¿Khalid? – respondió ella con un tono inseguro en la voz.
- Sí – dijo el muchacho mientras la abrazaba y la atraía hacia si – Soy yo abuelita. ¿Qué hacéis aquí?, ¿no se supone que deberíais estar con vuestro pueblo en el oasis?, o a caso… ¿habéis venido de visita, abuelita? – preguntó Khalid esperando claramente un sí por respuesta.
- Algo así pequeño, algo así. – repitió la abuela sin saber que tarde o temprano su destino dependería del niño de ropas desgastadas y roídas.
Khalid rió felizmente por la noticia. Le agradaba volver a ver a su abuela materna de nuevo, aunque fuese allí, en mitad del desierto.
- Khalid, la noche está a punto de caer, y es hora de regresar a la aldea ¿quieres que te lleve en mi caballo? – propuso la abuela -. Iremos juntos, y llegaremos primero. Estoy segura que si regresas tarde tu madre se preocupará – concluyó finalmente la abuela.
- Está bien abuela. ¿sabes qué? – preguntó al ritmo que subía al caballo.
- Dime – dijo la anciana con un aire sereno.
- Me alegro de que estés aquí hoy. Te quiero mucho, y me alegro de volver a verte – dijo el niño.
La anciana derramó una lágrima que ni siquiera ella misma notó. Clavó los talones en los flancos de su caballo, que salió al galope, hacia el poblado. Su pelo grisáceo ondeaba al viento mientras cabalgaban. Le gustaba la manera en la que la brisa le golpeaba la cara, el frescor estaba presente en el ambiente, y ya no había que soportar el calor del mediodía.
Cabalgaron unos veinte minutos y ya se podía ver la aldea. A medida que avanzaban iban tratando temas triviales.
- Mira abuela, ¡hemos llegado! ¿Qué bien, eh? – dijo el muchacho.
Si tú supieras Khalid, si tú supieras…, pensó la abuela.
Cruzaron los muros que separaban la aldea del exterior y llegaron a la casa. La anciana bajó de su caballo, y luego, ayudó a bajar a Khalid también. El caballo relinchó. La abuela le acarició bajo el mentón para calmarlo. Era un caballo feroz, y desconfiado Y se había asustado al no conocer el lugar.
Khalid entró en la casa gritando:
- ¡Está aquí la abuela!, ¡la abuela ha venido de visita!, ¡ha llegado la abuela!
En el interior de la cocina se escuchó como una vasija se rompía y Naliah dejó escapar un grito ahogado. Naliah se sintió impotente por un momento, pero enseguida supo qué hacer. La madre de los cinco niños salió corriendo hacia la sala de estar, y les dijo a sus hijos que pasaran al dormitorio. Nanuet y Rahotep ya se habían despertado, y estaban en el dormitorio, Zahur tomó de la mano a Sherezade y a Khalid y los dirijo hacia el dormitorio. Sherezade se soltó de la mano de su hermano bruscamente, y le dirigió una mirada amenazadora.
- No vuelvas a agarrarme la mano de esa manera – dijo y entró al dormitorio.
Zahur refunfuñó por el comportamiento que su hermana pequeña había tenido hacia él. Arrastró a su hermano pequeño hasta el dormitorio a pesar de que este se negaba y mostraba resistencia.
Una vez dentro cerraron la puerta.
Naliah se sintió aliviada al saber que sus hijos se encontraban en el dormitorio. Pensó rápidamente en qué hacer, que decir, como actuar… Caminó hasta el vestíbulo y saludó a su madre:
- Madre, ¿qué está haciendo aquí? – preguntó Naliah sorprendida.
Intentó ocultar el desprecio que sentía en aquellos momentos hacia su madre, pero no lo consiguió del todo.
- Veo que no te alegras mucho de verme, ¿no? – contestó su madre irónicamente.
- ¿Y qué esperaba? Llevas sin aparecer cuatro años, y sin embargo apareces hoy, ahora, en mí casa, y sola – dijo Naliah con un tono despectivo -. Bueno, sola no, con mi hijo. No sé qué pensar madre. Vuelve con mi hijo ya bien entrada la noche, y a juzgar por vuestras ropas venís del desierto.
- Si lo que deseas es que regrese por donde he venido así lo haré – respondió la anciana sin muchas esperanzas.
- No la estoy echando de mis aposentos, madre, pero estoy molesta por su falta en estos últimos cuatro años, y por su repentina aparición – contestó Naliah.
- Y yo no te culpo, hija mía. ¿Me permites pasar? Lo hablaremos tranquilamente si así lo deseas – propuso la anciana.
- Podéis, pasad.
La anciana entró en el vestíbulo, y pasó hasta la sala de estar. Su hija le dijo que hablarían de noche, que ahora mismo iban a cenar los niños.
Habibah, que así se llamaba la anciana asintió.
Los niños, tres de ellos: Zahur, Khalid, y Sherezade entraron en la sala de estar y se sentaron al lado de su abuela. Los tres querían hablar con ella y disfrutar de su compañía.
- ¡Por los dioses! ¡Zahur cuanto has crecido! ¿ya tienes trece años, no? Seguramente pronto te casarás y tendrás hijos, y… serás muy feliz – le dijo la abuela mientras le revolvía el cabello.
- Si, abuela, la última vez que te vi tenía nueve años, pero aún recuerdo esa sonrisa – respondió Zahur.
La sonrisa de la abuela se ensanchó aún más al escuchar aquellas palabras, en sus oídos sonaban melódicas y hermosas.
- ¿Y a quién tenemos ahí? La pequeña Sherezade…, probablemente tú no te acordarás de mí porque eras muy pequeña, pero yo si te recuerdo, y has crecido mucho también. Estás preciosa, pareces una auténtica princesa – dijo Habibah mientras le acariciaba la mejilla a su nieta.
- Créeme abuela, te recuerdo perfectamente – contestó la niña, y le dio un beso en la mejilla izquierda a su abuela.
La cara de su abuela se iluminó al escuchar esas bellas palabras.
- Bueno…, Khalid si que está crecido, cuando hoy lo vi casi no lo reconocía… - dijo la anciana – estáis todos guapísimos pero…
- Madre – interrumpió Naliah – no conoce a todos tus nietos, ¿no recuerdas que la última vez que nos visitaste estaba embarazada? – preguntó Naliah.
- Es cierto hija mía. ¿quién es?, ¿está aquí? – inquirió la abuela.
Naliah se dirigió hacia el dormitorio, y segundos después apareció con un bebé en brazos y una niña pequeña asomando la cabeza entre sus piernas.
Habibah comprendió inmediatamente el enfado de su hija: no había estado presente en el nacimiento de dos de sus nietos. Y de eso hacía ya cuatro largos años. Cuatro años alejada de la aldea, en el desierto. Cuatro años que para ella pasaron rápido, pero al parecer para su hija pequeña y para sus nietos no. En cuatro años aquella casa había cambiado radicalmente. Ahora había más muebles, más comida, más bienes, pero sobretodo más niños, y la traducción de aquello era más amor y felicidad en la familia.
Se puso en pie y se arrodilló delante de la niña.
- ¿Cómo te llamas, pequeña? – preguntó Habibah
- N…Nanuet – respondió la niña tímidamente.
- ¿Sabes quién soy? – insistió Habibah
- No, la verdad es que no – dijo Nanuet mientras ladeaba la cabeza y alborotaba aún más sus oscuros cabellos.
- Eso era lo que yo me imaginaba, pequeña – contestó la abuela sonriendo –. Soy tu abuela, y espero que puedas perdonarme por no haber venido a ver a una niñita tan bonita como tú en cuatro años – dijo la anciana que finalmente le dio un beso a la niña en la cabeza.
- Vale, abuelita. ¡Te perdono! – dijo Nanuet mientras corría y saltaba por toda la sala de estar.
Sus cabellos de color azabache estaban ahora revueltos por toda su cabeza, el flequillo le redondeaba aún más el oscuro rostro. Era muy dulce.
Tropezó con uno de los caballitos de madera de su hermano, pero se levantó y siguió haciendo lo mismo con más energía todavía.
Que bonita es la infancia, cuando eres niño todo es nuevo, pensó la abuela al ver la gran sonrisa de Nanuet.
- Este bebé es Rahotep madre, y nació hace a penas cinco meses. Es un niño muy tranquilo, y no suele llorar. Lo cierto es que hemos tenido suerte.
- La verdad es que tienes razón.
Niños, esperad aquí, la abuela y yo vamos a preparar la cena. Naliah entró en la cocina, después que su madre, y cerró la puerta.
- ¿Ya sabes lo que vas a preparar para la cena? – preguntó Habibah.
- En absoluto, madre, no quiero que vuelvan a tomar carne de ave. Pan sí, porque les encanta, y porque es esencial, pero desearía tener más dinero para poder variar un poco en las comidas.
- No te preocupes, espera aquí. Tengo algo que puede ayudarte – dijo ella, y antes de que su hija pudiese reaccionar salió de la casa y recogió una cesta que había colgada a un lado del caballo. Luego volvió a la cocina.
- Ten. Espero que os guste.
Naliah miró con fingida desconfianza lo que se hallaba en el fondo de la bolsa, y recogió de ella el pescado que contenía. Eran cuatro piezas grandes de pescado.
- Gracias madre, esto servirá para cambiar la dieta, espero que a los niños y a Hamadi les guste – dijo a la vez que colocaba el pescado en la palangana para quitarle la mugre con abundante agua.
Habibah comenzó a avivar el fuego para dorar el pescado. Cuando ya fue suficiente, colocó tres piezas sobre el fuego hasta que ya estuvieron lo suficientemente hechas.
Antes de servirlos en la mesa, desmenuzó las piezas, y repartió un poco en cada cuenco, al que también añadió un pequeño pedazo de pan de dátiles. Cuando lo sirvió en la mesa y los niños vieron que había pescado lo agradecieron mucho, y aquello conmovió a Naliah.
Los niños acabaron de cenar, y lo extraño fue que no pidiesen postre. Zahur comentó que debía acostarse pronto para ir a trabajar mañana temprano. Khalid también estaba cansado así que, dijo que se acostaría temprano. La tarde en el desierto había podido con él. Nanuet y Rahotep se habían quedado dormidos en la sala de estar, y Naliah los acostó. Sherezade no tenía sueño, y mucho menos estaba cansada, y esto retardó la importante conversación entre su madre y su abuela. Ella lo sabía, y pretendía que hablasen estando ella presente, pero su abuela no iba a permitirlo.
- Sherezade, sabes que a tu padre no le gusta que trasnoches tanto. Es hora de que te acuestes, de otro modo serás castigada – advirtió su madre.
- ¿Pero por qué? ¡No lo entiendo! Si quien estuviese aquí fuese Zahur o Khalid hablaríais con tranquilidad. ¿Estoy siendo muy inoportuna, o a caso existe otro motivo? ¿Al ser mujer no puedo saberlo, soy inferior? – Inquirió realmente enfadada.
- Eres pequeña Sherzade. Simplemente eso. Acuéstate
- Está bien madre – murmuró la niña de mala gana.
Se levantó del suelo, y se despidió dándole un beso en la mejilla a cada uno de los presentes.
Sherezade entró en la habitación que se encontraba completamente sumida en la oscuridad y se acostó.
- Madre, hablaremos en cuanto Hamadi llegue a casa, de momento puede hacer que el caballo pase y se quede en el patio interior.
Como si fuese una autómata, la anciana obedeció. Salió, dirigió al caballo hasta el patio interior, lo ató allí, y volvió a aparecer en la sala de estar con dos bolsas y una cesta.
- ¿Qué es eso, madre? – preguntó Naliah intrigada.
- En esta pequeña bolsa se encuentran mis pertenencias, en esta otra bolsa de terciopelo rojo algunos regalos para los niños, y en esta cesta hay algunos alimentos exóticos procedentes de occidente que le he comprado a un mercader por el camino – respondió ella sin el más mínimo cambio de actitud.
Se hizo el silencio durante mucho tiempo. Naliah parecía agobiada por no poder hablar con nadie, por no poder mantener una conversación, su rostro mostraba un agobio repentino. Sin embargo Habibah se mostraba tranquila, con el rostro sereno, y con una aparente felicidad, su expresión decía todo lo contrario: tenía miedo de hablar. Sentía temor hacia lo que había ocurrido… Pero el silencio se rompió y su peor pesadilla acababa de comenzar.
Me gusta mucho la novela. Me encanta que esté basada en la antigua época de los faraones, porque es emocionante ;) aunque, hasta ahora no se sabe nada de la realeza y sólo te centras en una familia pobre. Aún así, me encanta, me parece original. Es estupendo poder leer algo nuevo y que te impacte. Cada vez que leo tu novela me entusiasmo, y parece que estoy viviéndolo realmente. Estoy deseando saber cual es el secreto que oculta Habibah :)
ResponderEliminarEspero que la sigas escribiendo, y por cierto, le veo futuro a tu novela de: "La Rosa Del Desierto", es algo novedoso, pero muy dificil de redactar, ya que se necesita estar muy documentada a cerca del tema. Un consejo: Pregunta a tu profesor de historia, o consulta en libros de la biblioteca.
Otra última cosa; pienso francamente que tu novela si la sigues igual de bien podría ganar un premio a nivel nacional, lo digo en serio.
Un beso, avísame para el siguiente, y ya sabes cual es mi blog ;)
Demasiado largo, Carliita, pero sabes perfectamente que me encanta :)
ResponderEliminarte quiero ^^
avísame cuando tengas el siguiente capítulo :D
Gracias por tu apoyo, Anónimo, espero que me sigas leyendo :D
ResponderEliminarTe avisaré Alexiis :)
A los demás; comentad, y dar vuestra opinión :)
Me ha gustado mucho este blog. Lo he encontrado gracias a que comentaste en otro blog el cual mire hace poco.
ResponderEliminarHe de decirte que escribes realmente bien, y no se hace tan largo como dices en alguna otra ocasion, al contrario, se hace bastante ameno.
Yo tambien escribo, puede que no te interese pero si quieres leerme entra en: http://escribirenelairedeciudad.blogspot.com/
Solo tengo 15 años, y me encanta escribir, pero creo que me comprendes puesto que me a parecido leer en tu blog que tienes 15 años.
Sigue asi, que nadie nos quite nuestra ilusion por escribir dia a dia. Eso si, he visto (no me acuerdo dondnde y me cuesta encontrarlo) que repetiste una palabra seguida, o eso me parecio, a mi me suele pasar pero word me avisa de que hay dos alabras juntas, aun asi no me hagas mucho caso, mi vista suele fallar:)
Un gran beso de una escritora a otra con mucho cariño!
Hola, Carlita; me ha encantado este capítulo. ¡Cómo describes el atardecer en el desierto! me ha encantado, he visto el rojo del sol fundido con la arena... ¡¡Estupendo!!
ResponderEliminarUna cosa que debes corregir: No es lo mismo hablar de usted que hablar de vos y Nabibah por respeto, como supongo quieres plasmar, hablaría a su madre de usted. El tratamiento de vos sólo es para personalidades. En ese caso sería por ejemplo: "usted sabrá" en vez de "sabréis" que es lo que habrías puesto Míralo, por fa... Por lo demás estupendo...
Un superbeso. =))
Muchas gracias Escribir en el aire, me alegra que te guste, que te parezca ameno, y que te lo leyeses enterito :)
ResponderEliminarMuchas gracias, por supuesto, claro que me pasaré :D
Laura!, lo cierto es que lo del atardecer me gusta, es muy ¿romántico?, jajaja, el caso es que me resultó algo complicado al principio, pero luego todo fluyó.
Sí. Quería plasmar el respeto que se sentía siempre en aquella época hacia tus mayores, y más si etos eran hombres; aunque este no sea el caso :)
Si, Naliah le habla con respet extremo a su madre. Muchas gracias, lo miraré, y lo corregiré a la forma "usted"
Gracias, no lo sabía, me queda mucho camino por recorrer :)
No me había percatado, pero seguramente ya no se me olvida, y además es genial tener críticas de este tipo =)
Muchas gracias Laura, otro para tiii =)
(LL)
Muchas gracias a las dos.
Estoy loca por descubrir el secreto.Me encanta la historia!
ResponderEliminarCArlitaa ya voy por el segundo capítulo :) ESta muy pero que muy bien, ojala y algún dia llegue aescribir la mitad de lo bien que escribes tu :)
ResponderEliminarBesitos tequiero mucho!!!